Por Cristian Cantero
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Uno de los problemas más difundidos en nuestro tiempo es la crisis de autoridad, y en Paraguay la sufrimos en carne propia en todos los niveles, comenzando por la familia, que luego se traslada a las instituciones, llámese escuela, colegio o Estado.
En el ámbito familiar hay muchos que ponen en duda la autoridad de los padres quienes, con tal de no complicarse la vida, están dispuestos a dar el gusto a sus hijos, aunque el precio que deban pagar sea precisamente renunciar a ese “poder agregado” que es el significado etimológico de la palabra en cuestión. Podemos afirmar por consiguiente que sin convicciones, sin ideales y sin una verdadera vocación es impensable la figura de una autoridad paterna. Mis padres, quienes no tuvieron la oportunidad de acceder a una educación superior, no precisaban de muchos argumentos para demostrar que ellos tenían el poder en la casa. En mi familia había una regla que delimitaba perfectamente las responsabilidades de cada uno, y con mi hermano sabíamos que si uno de los dos fallaba tenía que dar cuentas ante la autoridad.
Y es que la autoridad no es alguien que impone su visión a los demás casi a la fuerza, sino que me reclama a una responsabilidad. Me sugiere una propuesta, que debo verificar y de este modo ir creciendo como persona. De hecho, una “autoridad moral” es la que me ayuda a caminar en la vida y se convierte en un punto de referencia al cual mirar y seguir.
Trasladada esta figura al ámbito político, vemos sin embargo que la cosa se complica, ya que el poder de la principal autoridad se diluye y con él las esperanzas de un país que no encuentra el rumbo para salir de tantos años de atraso. En efecto, el presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, ha perdido fuerzas y su autoridad, proyectada en sus acciones, es objeto de permanentes cuestionamientos. En este caso se ha perdido el respeto hacia la autoridad porque sus hechos no coinciden con una propuesta clara.
La gente observa a menudo que mientras en los discursos se habla de una lucha frontal contra la corrupción; por otro lado altos funcionarios, operadores políticos y hurreros de turno se enriquecen de la noche a la mañana gracias a un Estado prebendario y clientelista.
En medio de toda esta confusión y en vísperas de nuevos episodios electorales, la gran pregunta que nos planteamos es: ¿a quién seguir? ¿Habrá algún iluminado que podrá mostrarnos el camino?
La respuesta es difícil. Lo único claro es que hoy más que nunca la sociedad y en especial los jóvenes necesitan personas que, habiendo descubierto un valor, estén dispuestas a dar su vida por él.