22 sept. 2025

Construir institucionalidad con atención al sentir ciudadano

En más de 30 años de proceso democrático hubo importantes avances, pero también hay preocupantes rasgos autoritarios, mucha corrupción e inequidad. El 2020 ha sido un año particularmente complicado con la pandemia del coronavirus y sus graves efectos en la salud pública, en la retracción de la economía y en el sentir de la población. Existe una indignación latente que los referentes políticos y dirigentes no están tomando en cuenta, mientras prosiguen con sus luchas de intereses sectarios, con sus caprichos personales, con sus ambiciones desmedidas. Hay que aprender de la experiencia propia y de la de otros pueblos. Los tres poderes del Estado necesitan construir institucionalidad. El Paraguay tiene potencial para ser una mejor nación, con vida digna para todos, pero para ello hace falta una reforma profunda en varios ámbitos.

Este año 2020 se aproxima a la conclusión con un balance muy diferente al que se presagiaba cuando se inició.

Nadie hubiera pensado en la última noche de Año Nuevo que íbamos a experimentar una crisis tan profunda con la llegada de la pandemia del Covid-19, que sacudió a todo el planeta y que golpeó muy fuerte a la salud pública, a la educación, a la economía, a la cultura, a las formas de relación social, alterando totalmente la dinámica de nuestra vida cotidiana.

Dentro de un contexto más global, el Paraguay ha logrado no salir tan mal parado ante los embates del coronavirus. Las condiciones favorables de una macroeconomía regularmente sólida, aunque con altos déficits para combatir la pobreza de los sectores más vulnerables, han permitido sostener heroicamente los momentos más duros de la crisis, encontrándonos actualmente en una fase de gradual recuperación, aunque el virus persista como una amenaza al acecho.

Aun habrá que ver cuánto persistirán los efectos en muchos ámbitos durante los próximos meses o años, incluyendo a la propia conducta ciudadana.

Obligadamente se han puesto en marcha reformas importantes en la política de salud pública, algunos pocos recortes significativos en la manera de utilizar los recursos y en dar más prioridad a lo social, pero hace falta mucho más. Una de las grandes deudas que no se están atendiendo con prioridad es la de la educación.

Otra de las grandes falencias se da en el campo político. En más de 30 años de proceso democrático en el país hubo importantes avances, pero también existen preocupantes rasgos autoritarios, mucha corrupción e inequidad.

En los últimos meses se ha incrementado una peligrosa tendencia, principalmente en el ámbito legislativo, con sus nocivos efectos en el Poder Ejecutivo y en el Poder Judicial, de imponer voluntades políticas sectarias, ignorando a la propia Constitución, a las leyes y a la esencia de la democracia.

Hay lamentables pactos electorales que favorecen a la corrupción y consagran la impunidad, poniendo en riesgo todo lo que se ha podido construir con mucho esfuerzo.

Existe una indignación latente en grandes sectores de la ciudadanía, que los referentes políticos y dirigentes no están tomando en cuenta, mientras prosiguen con sus luchas de intereses sectarios, con sus caprichos personales, con sus ambiciones desmedidas.

Tenemos que aprender de la experiencia propia, así como también de la de otros pueblos. El ejemplo más cercano de lo que puede ocurrir cuando la gota de los abusos colma el vaso se puede reflejar en el proceso chileno.

Se tuvo que llegar a lamentables situaciones de desbordes y violencia para entender la necesidad de modificar un modelo aparentemente exitoso, pero que también tiene una alta cuota de excluidos.

En nuestro país, los tres poderes del Estado necesitan construir institucionalidad, con urgencia.

El Paraguay tiene todo el potencial para convertirse en una mejor nación, con oportunidades de vida digna para todos, pero para ello hace falta una reforma profunda en varios ámbitos.