Un unánime grito se escucha en todo el barrio judío de Newark, en Nueva Jersey, en la mañana del viernes 28 de junio de 1940: "¡No!”. El héroe de la aviación estadounidense, Charles Lindbergh, acaba de ser aclamado candidato a presidente de los Estados Unidos por el Partido Republicano. El popular aviador había viajado cinco años antes a la Alemania nazi, llamado poco después a Adolf Hitler “un gran hombre”, recibido en 1938 de manos de Hermann Ghoering la Cruz de Servicio del Águila Alemana, y anotado en una entrada de su diario del 1 de setiembre de 1939 que su país debía protegerse del “debilitamiento a causa de ideas extranjeras... y la infiltración de sangre inferior”. Se refería a los judíos. En noviembre de 1940, derrota a Roosevelt y se convierte en presidente.
En el 2004, el novelista Philip Roth imaginó qué hubiera pasado si Lindbergh y sus ideas minoritarias (pero no por ello menos influyentes en la derecha blanca) se convirtieran en dominantes en plena Segunda Guerra Mundial, y construyó en La conjura contra América una posible historia alternativa de los Estados Unidos bajo la tutela de la intolerancia política. Entonces, en la novela el país del Norte firma pactos de no agresión con Alemania y Japón, y desarrolla un programa económico-político asesorado por el Comité América Primero, que en los años 30 propugnó un aislacionismo bélico (a favor de los nazis, con quienes muchos de sus prominentes miembros tenían negocios) y, sobre todo, el desmantelamiento del Estado de Bienestar rooseveltiano (sospechoso de bolchevismo) y la persecución a las minorías.
Donald Trump se convirtió el pasado martes en el 45° presidente de los Estados Unidos. Uno de los lemas de su campaña fue América Primero, tomado del comité del cual formó parte Lindbergh. Su campaña se basó en cierta demagogia populista (la que los medios de comunicación subestimaron), en ataques a los inmigrantes, en una misoginia bufonesca y una especie de aislacionismo nacionalista (poco creíble). En economía, aboga por un proteccionismo que marea a los teóricos, vocifera contra las empresas que emplean mano de obra barata fuera de Estados Unidos y critica tratados de libre comercio con una retórica de cervecería de Munich de los años 20.
En la realidad, las ideas de Lindbergh no cuajaron electoralmente porque el New Deal keynesiano de Roosevelt había reencauzado al capitalismo norteamericano después de la Gran Depresión, mediante un Estado asistencialista, lo que evitó revueltas sociales tanto por derecha como por izquierda. Hoy, Estados Unidos todavía sigue sumida en los efectos de la crisis de 2008 y puede que se avecine otra, sin New Deal que lo alivie, lo que hace pulular el peligro fascista con peso electoral.
“El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo”, escribe Roth. Hay un temor de novela y un temor real.