Hoy día ingresar con tapabocas o mascarillas a un comercio, en farmacias, supermercados y hasta en los bancos y cooperativas es absolutamente normal, situación que tres meses atrás era imposible de aceptar.
Las circunstancias y la nueva forma de vivir obligaron a cambiar los protocolos, muy opuestos a lo que antes estábamos acostumbrados. Pero lastimosamente lo que aún no podemos cambiar son los hábitos de corrupción, tanto en el sector público como privado. Una enfermedad que hasta hoy no pudo ser vencida pero por lo menos hay un frente anticorrupción muy fortalecido y que está haciendo buen trabajo.
Operar a cara descubierta con el Estado y entre los paraguayos es todavía un gran desafío. Parece que no está concebido en la mente de muchas personas que se pueden hacer negocios limpios, honestos y transparentes.
Los que habitamos esta tierra guaraní nos vimos obligados a cambiar radicalmente nuestros hábitos y costumbres, todo con el propósito de salvaguardar la salud y la vida de la población.
Nos obligaron a no pasar la mano, a no compartir el tradicional tereré y nos prohibieron categóricamente reunirnos con los familiares, asistir a reuniones sociales y mucho menos a las celebraciones religiosas.
La población aceptó todas las medidas recomendadas por las autoridades, las empresas cerraron sus puertas, se instalaron los equipos para lavarse las manos, se pusieron a disposición jabones y alcohol en gel y los que no tenían nada que hacer tuvieron que quedarse en la casa, por más que implicara un harto aburrimiento y desánimo.
Sin embargo, no faltaron los que pensaron que podían aprovechar esta situación para apoderarse de varios millones de dólares de manera torcida. Seguramente les pareció demasiado buen bocado los 1.600 millones de dólares que el Gobierno tuvo que prestar para hacer frente a la pandemia y no podían dejar pasar de largo esta oportunidad sin darle un buen mordisco o quedarse con una buena tajada.
Pero este dinero es un préstamo, el país, la población, tendrá que pagarlo de una u otra manera. Aquí no hay regalos. Nada es gratis y ahí prende de nuevo la indignación de la gente.
La ciudadanía valora y aprueba la gestión sanitaria de las autoridades, pero la parte administrativa requiere urgentemente someterse a nuevos hábitos y prácticas que ayuden a desterrar la corrupción y administrar correctamente la riqueza que tiene el país.
Así como la población tuvo que adaptarse a nuevas normas de vida, los que administran la cosa pública deben asumir nuevos hábitos, nuevas conductas, en donde la transparencia en el manejo de los bienes públicos sea una norma inquebrantable y cualquiera que incumpla los nuevos hábitos sea sometido inmediatamente a investigación por parte de las autoridades pertinentes.
Ya no es tiempo para operar a cara cubierta con el Estado. Ya no se pueden esconder detrás de las mascarillas los corruptos de siempre. Es hora de actuar a cara descubierta, con manos limpias y desinfectadas de todo tipo de maniobras dolosas.
La población paraguaya, los empresarios, los médicos, enfermeras y los trabajadores en general están haciendo un esfuerzo sobrehumano para resguardar la salud física. Se puede pedir a los administradores del Estado que hagan también ese mismo esfuerzo para salvar la salud económica y moral.
Sin mascarillas, con rostros sinceros y manos limpias, Paraguay puede salir airoso de esta pandemia y puede aminorar el golpe a la economía y a las finanzas públicas.