La vida es realmente muy corta y el encuentro con Jesús está cercano; un poco más tarde tendrá lugar su venida gloriosa y la resurrección de los cuerpos. Esto nos ayuda a estar desprendidos de los bienes que hemos de utilizar y a aprovechar el tiempo, pero de ninguna manera nos exime de estar metidos de lleno en nuestra propia profesión y en las entrañas mismas de la sociedad. Es más, con nuestros quehaceres terrenos, con la ayuda de la gracia, hemos de ganarnos el Cielo. El Magisterio de la Iglesia recuerda el valor del trabajo, y exhorta “a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico”. Para imitar a Cristo, que trabajó como artesano la mayor parte de su vida, lejos de descuidar las tareas temporales, los cristianos deben “darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno”.<br>Así debe ser nuestra actuación en medio del mundo: mirar frecuentemente al Cielo, la Patria definitiva, teniendo muy bien asentados los pies aquí en la tierra, trabajar con intensidad para dar gloria a Dios, atender lo mejor posible las necesidades de la propia familia y servir a la sociedad a la que pertenecemos.<br>