Los conflictos no se dan en el campo ideológico sino en el control de los territorios administrados por codiciosos bucaneros que pelean calle a calle por controlar sus espacios de poder. El clan Fretes no es otra cosa que la prolongación del de los Núñez, Cuevas, González Daher, Ovelar y otros que han decidido operar con familiares y amigos para hacer del Estado un botín por el que son capaces de erosionar instituciones, degradar honras y mancillar la democracia. A estos clanes la cosa de todos es un adversario a derrotar y la democracia solo un sistema extractivo del que expoliar lo que se encuentre a mano. Los clanes operan como modelo de éxito y muchos tienden a imitarlos.
La operación no tiene fronteras. Una vez conquistada una cabeza de playa comienza la tarea de ocupar los espacios con gente de la peor ralea. El objetivo es demostrar que su codicia y lujuria no tienen límites. Disfrutan cuando hacen de instituciones académicas o referencias de la Justicia como suyas. Expresan con eso un poder sin límites ante la impávida mirada de un país que observa cómo le roban las esperanzas y los sueños. Los clanes no solo crecen en riquezas que son exhibidas de forma impúdica sino que acaban con la dignidad de quienes se les pongan enfrente. No les importa que maestras, juezas, profesoras o fiscalas deben entregar arrodilladas sus honras por un nombramiento de ocasión o una ratificación en el cargo. La cuestión tiene que ser tan degradante que un sospechoso de corrupción como el diputado Retamozo acusa de villanías sexuales al enfermo ministro Fretes. El mismo que se mofa frente a sus colegas, a los que ya tiene amaestrados, pidiendo permiso como presidente de Corte para continuar como ministro en la poderosa Sala Constitucional. Los clanes, como en la mafia, no solo tienen que tener poder sino que por sobre todo deben demostrar que lo tienen.
Estos grupos agavillados están en todos los partidos. El colorado, con más años y oficio, ha venido consolidando un modelo que en la medida que sea más burdo y degradado más virulencia adquiere el ejercicio de su cargo y poder. Si son ignorantes que se note. Si son ladrones que se vea la fortuna y sin son violadores de la norma que exhiban como blasones a las víctimas de sus fechorías. Estos grupos familiares que incluyen arrimados a la misma fórmula se multiplican y ocupan sitios y lugares desde donde el daño pueda ser mayor. Actúan como hienas y como carroñeros, se ríen de sus fechorías exhibidas a la luz del día.
A estos clanes solo los pueden parar Los Intocables de la serie mafiosa americana que enfrentó con todo y en la calles a los facinerosos. Eran agentes del orden contra quienes no pudieron ni el dinero y menos la impudicia. Esperamos que vengan desde afuera cuando por vergüenza debemos ser nosotros los que pongamos límites a estos clanes que han degradado la democracia al punto de volverla un trapo de fregar sus inmundicias.
El daño que hacen es inmenso. Se roban casi 2.000 millones de dólares del Estado al año, hunden en el descrédito a las instituciones, fortalecen la idea degradada de que todo vale para sostener el poder. Los clanes deben ser combatidos frontalmente, ellos se han adueñado del país y lo que creemos que es una campaña de limpieza no pasa de ser una abierta lucha entre ellos por el control de las calles y los suministros de poder y de riqueza. Ellos no deben ser modelo de nadie y sí razón de repudio o persecución.