El 22 de agosto de 1920 nacía en Illinois un joven que se convertiría, de manera autodidacta, en uno de los maestros de la literatura estadounidense, con una capacidad analítica deslumbrante y una imaginación capaz de imaginar futuros tan creativos como pegados a la realidad.
Ya “no es necesario quemar los libros para destruir la cultura, sino que basta con dirigir a la gente para que no los lea” y “eso es lo que está ocurriendo”, afirmó Bradbury a un diario italiano hace veinte años. Casi medio siglo antes, el escritor había publicado su obra cumbre, Fahrenheit 451, cuyo título hace referencia a la temperatura a la que el papel empieza a arder, una historia futurista sobre una sociedad que da la espalda a las letras y que hoy sigue atrayendo lectores y nutre incontables referencias.
CONTRARIO A INTERNET. Las declaraciones que Bradbury dio antes de morir en California, en el 2012, anticipaban muchos de los debates que en 2020 cuestionan la dependencia de las redes sociales, la obsesión por internet y la deshumanización de la tecnología. “Tenemos demasiados teléfonos móviles. Tenemos demasiadas redes. Tenemos que deshacernos de esas máquinas, tenemos demasiadas”, aseveró a Los Ángeles Times en 2010.
Por entonces Facebook estaba despegando y la gente empezaba a entender qué era eso de los “teléfonos inteligentes” que hoy sirven para casi todo.
Pero Bradbury siempre se adelantó a su tiempo, mostrando su disconformidad con el abuso de la imagen cuando las televisiones llegaban a los hogares en el siglo XX, presumiendo luego de no usar computadoras y finalmente expresando su escepticismo sobre el valor de internet para la sociedad. De la red de redes llegó a afirmar que había reducido la capacidad de las personas para comunicarse y mantener conversaciones con los demás.
Admirador declarado de Rice Burroughs y de Julio Verne, se consideraba “un narrador de cuentos con propósitos morales” y le gustaba identificar su género con la fantasía. Rechazaba la etiqueta que lo situaba como “maestro de la ciencia ficción” ya que él no era solo un creador de distopías y era capaz de escribir sobre lo irreal, incluso de hacerlo de manera optimista. “No escribo ciencia ficción, la ciencia ficción es una descripción de lo real. La fantasía es una descripción de lo irreal”, y como ejemplo de fantasía puso Crónicas marcianas, un relato que comparó con “los mitos griegos”. EFE
Prolífico escritor
Tras el libro Crónicas Marcianas siguieron El hombre ilustrado, El vino del estío, La feria de las tinieblas, Las doradas manzanas del sol, Remedio para melancólicos, Las maquinarias de la alegría y otros. Fue autodidacta, pues no pudo ir a la universidad por problemas económicos.