La Primera Guerra Mundial marcó un hito en la historia monetaria mundial. Este conflicto puso fin a la época en la que los mercados libres determinaban los medios monetarios, dando paso a una era donde los gobiernos asumieron el control total del dinero.
Aunque el oro continuó desempeñando un papel crucial como respaldo en los sistemas monetarios globales, las decisiones y políticas gubernamentales comenzaron a influir más en la economía que el propio metal precioso. Y fue así que apareció el “dinero fiat”, cuyo término proviene del latín fiat, que significa “hágase”, y describe un tipo de moneda creada y regulada por decreto gubernamental. Sin embargo, es importante diferenciar entre el dinero convertible en oro y el irredimible, ambos gestionados por los gobiernos.
Bajo el patrón oro, el papel moneda era canjeable por oro físico, lo que limitaba el control gubernamental sobre la cantidad de dinero en circulación. En cambio, con el dinero irredimible, el papel moneda y la deuda gubernamental funcionan como moneda, lo que permite a los gobiernos ajustar su oferta según lo consideren necesario.
A pesar de su carácter decretado, el dinero fiat no ha surgido exclusivamente de mandatos gubernamentales. En su origen, estas monedas solían ser convertibles en oro o plata, lo que aseguraba su aceptación y valor. Tanto es así que los bancos centrales aún hoy mantienen reservas en oro u otras divisas respaldadas por este metal, subrayando que ninguna moneda fiat circula sin algún tipo de garantía tangible o implícita. Pero a pesar de estas garantías, el dinero fiat enfrenta riesgos inherentes. Su flexibilidad para aumentar la oferta puede llevar a una devaluación rápida y al empobrecimiento de quienes lo poseen.
En las primeras semanas del conflicto, las principales potencias europeas abandonaron la convertibilidad de sus monedas en oro. Esta decisión permitió a los gobiernos imprimir papel moneda en cantidades prácticamente ilimitadas para financiar sus esfuerzos bélicos. A diferencia de épocas anteriores, donde los conflictos estaban restringidos por la capacidad financiera real de los gobiernos, esta nueva flexibilidad amplió la duración e intensidad de la guerra. Las naciones ya no dependían únicamente de los recursos de sus tesoros o de la imposición de impuestos directos a sus ciudadanos; ahora podían recurrir a la inflación como herramienta de financiamiento.
El valor de las monedas europeas experimentó una devaluación significativa frente al franco suizo, que aún mantenía su respaldo en oro. Mientras que las monedas de Alemania y Austria perdieron casi la mitad y dos tercios de su valor respectivamente, otras naciones, como Estados Unidos y Reino Unido, sufrieron depreciaciones menores, gracias a economías más estables y resilientes. La inflación, que antes era un fenómeno más controlado, se convirtió en una herramienta para financiar gastos gubernamentales, como conflictos bélicos o programas públicos, a expensas de los ciudadanos. Sin necesidad de aumentar los impuestos directamente, los gobiernos podían imprimir dinero, reduciendo el valor de la moneda en circulación y disminuyendo indirectamente la riqueza de quienes la poseían.
Friedrich Hayek denominó este fenómeno “nacionalismo monetario”, destacando cómo el dinero dejó de ser un medio neutral de intercambio para convertirse en un instrumento político.
Cuando hablamos de Bitcoin y su descentralización, nos referimos a que ningún banco central o ente regulador puede alterar sus existencias limitadas, haciendo que su inflación sea imposible. Un gran reflejo de esto es que, desde la creación de Bitcoin en 2009, se han duplicado las existencias de dólares americanos, lo que desencadena una dilución en su valor y una reducción de poder adquisitivo en las personas que utilizan los dólares americanos como reserva de valor.