24 abr. 2024

Canadá en debate

No se puede creer el poco seguimiento mediático que tiene en este lado del mundo lo que está ocurriendo en Canadá en estos días, con las manifestaciones multitudinarias que se multiplican en todo el país y de las cuales participan ciudadanos indignados de todas las esferas sociales, encabezados por gremios de camioneros que están hartos del gobierno arbitrario y seudoprogresista del primer ministro Trudeau, al que literalmente se le pasó la mano con sus arbitrarias, sospechosas e impopulares medidas de restricciones y más restricciones a los ciudadanos y de bloqueos que están llevando a la quiebra a muchas empresas, haciendo disfuncionales los servicios públicos y bancarios, y amenazando causar un desorden general en el hasta ahora considerado el país de las maravillas que es Canadá en el imaginario colectivo.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau. EFE/Archivo

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau. EFE/Archivo

Gracias a las redes sociales y al interés que genera en ciertos analistas esta situación, podemos acceder a las voces de familias y comunidades enteras que apoyan y se unen a la larga marcha de miles de camioneros en todo el país del norte, y simplemente exigen volver a un punto de equilibrio social que les permita vivir y trabajar con dignidad, y sin las exageradas presiones estatales impuestas por el excéntrico equipo del primer ministro gobernante, quien no supo responder a los reclamos de manera justa, desapareciendo primero de la vista de todos y saliendo luego a etiquetar a los manifestantes de “inaceptables” y “dañinos”.

En un mal asesorado intento de minimizar el golpe político, Trudeau primero quiso asociar la imagen de las manifestaciones a cuestiones ajenas a los motivos centrales, incluso se hizo una campaña acusatoria tildando de “supremacistas” a los trabajadores, tratando así de dividir y de ganarse a las comunidades indígenas y otros colectivos, pero no le fue bien con esa estrategia, ya que varios de esos grupos se unieron también al reclamo general en favor de la libertad.

“Estamos desarticulando de modo ingrato y hasta el punto de ruptura los sistemas complejos de los que dependemos y que hasta ahora han sido milagrosamente eficaces y eficientes en su operación”, analizaba el prestigioso doctor en sicología, escritor y profesor universitario Jordan Peterson, quien no dudó en solicitar en un artículo “Reabrir el país, antes de que destruyamos algo que no podremos arreglar”.

Es verdad que detrás de todas estas medidas restrictivas del favorito y niño mimado del Foro Económico Mundial, Trudeau, se entremezclan posiciones que van mucho más allá del tema pandemia. A nadie escapa que Canadá se ha convertido en los últimos años en una especie de laboratorio de progresismo social que afecta los valores esenciales de las familias y comunidades de base de ese país, y también de una extraña cruza de políticas extremadamente liberales con la promoción de estilos de vida peligrosos (hormonización de niños, liberación de drogas, etc.), con otras estatistas de control y coerción que evidentemente han terminado hartando a “los comunes”.

El respaldo financiero y político de los llamados globalistas a este gobierno es grande. No están dispuestos a perder espacio en Canadá, pero el descontento de la ciudadanía debe tener una salida adecuada. He ahí el debate.

Ojalá la Canadá de tierra adentro, la trabajadora, respetuosa de las instituciones, solidaria y eficiente, sea la que salga fortalecida de esta crisis, y esos ciudadanos haciendo lío organizado en defensa de sus derechos básicos y de sus libertades esenciales, sean escuchados por sus autoridades, dándonos un ejemplo a seguir a toda esa mayoría silenciosa o silenciada que considera que hay que entrar a la aldea global con identidad propia y con valores, o de lo contrario, los nuevos autoproclamados caciques de la aldea, muchas veces tecleando destinos desde su elitismo, terminarán reduciendo los logros y los sueños de mayor superación de la mayoría en grises cenizas.

Nosotros no podemos seguir indiferentes a lo que ocurre en la aldea global, nos toca informarnos, solidarizarnos y formarnos criterios para afrontar con dignidad lo que nos tocará vivir en esta nueva época que se vislumbra. Apelemos a nuestra libertad de espíritu, a la razón, a nuestros valores, a nuestra propia identidad y al sentido común desde ya, y no nos dejemos manipular.