26 dic. 2025

Bautismo del Señor

P. Víctor Urrestarazu - vurrestarazu@villamorra.org

Hoy meditamos el Evangelio según San Marcos 1, 7-11. Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo: concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu voluntad.

El Bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. Es la nueva vida que predicaron los Apóstoles y de la que habló Jesús a Nicodemo: En verdad te digo que quien no naciera de arriba no podrá entrar en el reino de Dios... Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu.

El resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales. En el momento del Bautismo, por la efusión del Espíritu Santo, se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal se bendice en la noche de Pascua y en la oración se pide: Así como el Espíritu Santo descendió sobre María y produjo en Ella el nacimiento de Cristo, así descienda Él sobre su Iglesia y produzca en su claustro materno el renacer de los hijos de Dios.

A esta expresión tan gráfica corresponde esta profunda realidad: el bautizado renace a una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su «hijo». Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.

Con estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños reciban pronto estos dones de Dios. Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto antes. Es una muestra práctica de fe. No se atenta a su libertad, como no se les causó agravio alguno por darles la vida natural, ni por alimentarles, limpiarles y curarles, cuando no podían ellos pedir estos bienes. Por el contrario, tienen derecho a recibir esa gracia.

¡Qué buen apostolado habremos de hacer en muchos casos!: con amigos, compañeros, conocidos...

En el caso del Bautismo está en juego algo infinitamente mayor que ningún otro bien: la gracia y la fe; quizá, la salvación eterna. Solo por ignorancia y por una fe dormida se puede explicar que muchos niños queden privados, por sus propios padres ya cristianos, del mayor don de su vida. Nuestra oración se dirige a Dios hoy, para que no permita esto. Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos llevarán a recibir este sacramento.

El papa Francisco dijo: “Cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, “se abrieron los cielos”. Esto realiza las profecías. En efecto, hay una invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: “Ojalá rasgases el cielo y descendieses!”.

Si el cielo permanece cerrado, nuestro horizonte en esta vida terrena es sombrío, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que el cielo se rasgó con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo contemplamos aún el cielo abierto. La manifestación del Hijo de Dios en la tierra marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después de que el pecado había cerrado el cielo, elevando como una barrera entre el ser humano y su Creador. Con el nacimiento de Jesús, el cielo se abre.

Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde que el Verbo se hizo carne es, por lo tanto, posible ver el cielo abierto. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que exclamó: “Veo los cielos abiertos”. Y es posible para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por primera vez en el Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Este es el gran tiempo de la misericordia!

(Del libro Hablar con Dios, y http://es.catholic.net)