Tanto la reedición de El naranjal ardiente como la publicación de Silenciario sucedieron poco después de su ampulosa expulsión del Paraguay, el 30 de abril de 1982. Día del Maestro y de la inauguración del rutilante edificio de la Justicia paraguaya en Sajonia: una de esas autoironías múltiples del stronismo. El dato no es menor. Al humillante y segundo destierro de los 80, se superpone una etapa de regreso roabastiano a la poesía, articulado con una reescritura intensa de sus propias obras, además de novelas cuyas versiones ochenteras no vieron jamás la imprenta. Pero, sobre todo, fueron años de acerada escritura política, como nunca antes en su trayectoria de escritor.
La historiadora y politóloga Milda Rivarola compiló gran parte de aquellas incursiones públicas de Roa, en la prensa y en la tribuna internacionales y nacionales. Entre estos Escritos políticos (Servilibro, 2017), guardan particular interés las cinco entregas publicadas, entre el 18 de mayo y el 7 de junio de 1986, en el periódico madrileño ABC, bajo el título genérico de “El tiranosaurio del Paraguay”.
“De gran fuerza literaria”, Rivarola intuye en esta serie un fino trabajo literario de diagnóstico y de prospección de un futuro sin Stroessner. Hay temas y recursos afines entre estos textos periodísticos y Silenciario. Por ejemplo, la imagen de Stroessner como una enorme “clueca engalanada de entorchados”, empollando sus “huevos de oro para sí y sus entenados”, como escribe en un artículo, se corresponde con los huevos de gallina “pasados por agua / de contrabando entre dos solsticios”, como lo hace en el poema Aquiles.
Pero, tal vez, la mejor interpolación literaria en su obra política, por lo demás rica en aliteraciones y juegos de palabras, se encuentra en el sétimo párrafo del primer artículo de la serie, titulado Las últimas boqueadas.
Si en Silenciario Roa abandonó la métrica clásica por el verso libre, sus textos políticos regresan a aquella música primera de sílabas contadas. Así el mencionado párrafo es el único que empieza y repite, literalmente, el título de la serie. Aquí Stroessner es un dictador “no autóctono”, sino de contrabando, ilegítimo étnicamente, aunque se vanaglorie de su origen y de su color teutones: “Ario de tornatrás apenas es”, pinta y musicaliza Roa.
Se trata de once sílabas atípicas en la poesía castellana. Un endecasílabo “enfático”, cuya cadencia era utilizada por Garcilaso de la Vega hace quinientos años, aunque escasamente. Un poco más por el indómito Miguel de Unamuno, hace menos tiempo. Un tipo de verso reservado para la queja y el escarnio, con acentos en las vocales fuertes, como con mano de hierro. Uno de esos tonos, menos usual aún, habita la última sílaba (“es”), como si secretamente Roa retornara a los acentos agudos del guaraní y ubicara el verbo allí para dar énfasis vigente a la identidad stronista.
Tornatrás es un vocablo que, durante la colonia, fue endilgado a descendientes blancos de europeos con indígenas, mulatos o negros de tercera generación. Es decir, Stroessner, según Roa, era un ario apócrifo, falso, degradado y enmascarado; un “nazi, por herencia y convicción”, con “un infinito desprecio de ario puro por ese pueblo de mestizos” al que, de hecho, pertenecía y discriminaba.
“El tiranosaurio del Paraguay / ario de tornatrás apenas es”. El título de la serie también es un endecasílabo. Juntos, enfáticos y proféticos: Abdo, hijo del secretario de Stroessner, líder de tornatrás apenas es, también.