Un país que gasta más que sus ingresos necesita que los extranjeros le financien el déficit resultante. La Argentina ha vivido décadas de ciclos económicos de auge, crisis y recesión en función a la disponibilidad de financiamiento externo. Los periodos de auge se generan cuando pueden endeudarse con el exterior para expandir el gasto público, el consumo, la producción y las importaciones. Cuando los inversionistas extranjeros empiezan a tener dudas sobre la sostenibilidad de la deuda desaparece el financiamiento y sobreviene una crisis de balanza de pagos, de deuda externa y cambiaria. Luego la recesión y caídas del consumo, la producción, las importaciones y una gran devaluación de la moneda.
Las crisis recurrentes, además de los impactos catastróficos en los argentinos, quienes reducen su estándar de vida, y en los inversionistas, quienes terminan con importantes pérdidas de capital, han dejado como herencia un muy elevado nivel de gasto público, una deuda pública insostenible, un déficit fiscal no financiable y una elevada inflación. Además, una política comercial proteccionista, una economía altamente regulada, poco competitiva, dependiente del sector agropecuario y con bajos niveles de ahorro nacional. Y lo más grave, una bajísima confianza de los propios argentinos y más aún de los inversionistas internacionales.
La frase mencionada del presidente Fernández refleja el reconocimiento de que con esta herencia no existen opciones y que su gobierno ha optado por mantener el nivel del gasto público y de los programas de transferencia, que a su entender beneficia a los que menos tienen y elevar la presión tributaria de manera permanente para asegurar su financiamiento, debido a que con las altas tasas de inflación y la baja demanda por pesos argentinos, ni siquiera es posible utilizar la emisión monetaria para financiarla.
Con este ajuste tributario es altamente probable que logren un equilibrio primario en las finanzas públicas en el 2020. Sin embargo, no alcanza aún para pagar los intereses de la abultada deuda y menos aún para amortizar el capital. Es necesario un acuerdo con los acreedores para postergar el pago del servicio de la deuda apuntando a que una reactivación de la economía genere los recursos fiscales adicionales para pagarla en el futuro, en la medida en que tengan un férreo control en el crecimiento del gasto público. Estas primeras medidas fueron recibidas positivamente y el precio de los bonos argentinos subió en consecuencia. Sin embargo, el talón de Aquiles del programa está justamente en el crecimiento. Los ajustes tributarios son recesivos y la economía probablemente continuará en recesión en el 2020. Las perspectivas de mediano y largo plazo tampoco son alentadoras; hay muchas inconsistencias y los bajos niveles de ahorro nacional y de confianza empresarial requieren de importantes reformas para recuperar la senda de un crecimiento económico sostenido.
Los impactos comerciales de estas medidas en nuestro país serán negativos. El impuesto del 30% a las compras con tarjetas en el exterior hará desaparecer el turismo de compras de argentinos y la brecha cambiaria oficial versus blue genera un enorme incentivo para ir con dólares en efectivo a comprar en las ciudades argentinas fronterizas. En contrapartida, los inversionistas argentinos buscarán escapar de los altos impuestos y nuestro país está posicionado como opción viable de inversión, lo cual generará una entrada de capitales argentinos en diversos sectores. Sin embargo, desde una perspectiva de mediano y largo plazo lo más conveniente para nuestro país es que la economía argentina termine de ordenarse y recupere una senda de crecimiento sostenido.