Escribo estas líneas luego de un largo proceso de observación sobre el comportamiento de los que rodean a quienes nos gobiernan. Convengamos, un mando bien aplicado es una herramienta válida y eficiente en el manejo del poder y de la convivencia social. La guerra es como el camaleón decía Clausewitz, y ella mide la talla de nuestros líderes. Un líder con mando debe ser instintivo, reaccionar de inmediato.
Debe aplicar el esquema Lambda para controlar la impericia de sus principales colaboradores. Ruge sin ser altanero. Remueve a quien no aporta. Inspira respeto porque sabe lo que hace. Hoy, un ministro no es más una persona física, sino un sistema de funciones colectivas. Un mando sin moral ni conocimientos es sinónimo de autoritarismo y tiranía. El comando en cambio, es mando de a dos, implicar un compromiso y una lealtad recíproca entre el líder y sus subordinados. El mando tiene diferentes visiones en la política y en el sector privado.
Mientras que en la primera –por ser el reino de las conveniencias– la ineficacia estatal puede ser “tolerable”, en el sector privado ello se paga con el despido. No obstante, hay veces en que dicho término –“eficacia”– en ambos ámbitos de la gestión humana coinciden en un punto. Y dicho punto es la imprescindibilidad. Diferencio a tres tipos de personajes imprescindibles en los círculos del poder.
En primer lugar, está el experto. Su formación y experiencia le permite anticipar escenarios prospectivos, la conducción actual exige ciencia ¿Cómo se reconoce a este tipo de líderes? En las crisis. Cuanto más severas éstas sean, ellos brillan con luz propia. Este tipo de líderes padecen de un “trastorno”: No sienten temor. Son arrojados y decididos. En segundo lugar, están los cortesanos de siempre. El paso del tiempo lejos de debilitarlos los fortalece. No conciben otro modo de vida que no sea ser gobierno y ser poder. Son amenos y contemporizadores, agradables.
Se caracterizan por carecer de novedades e inventiva. Por más recursos que tengan no son creativos. Y, por último, están los aduladores. Definidos por Jean de La Fontaine como aquellos que viven halagando a su rey. Este tipo de imprescindibles son los más dañinos y peligrosos porque crean lazos de afecto, construyen “amistad” con su jefe, son expertos en fabular realidades inexistentes.
A diferencia del consejero cuya obligación en decir verdades, este es hábil para lo contrario. Un funcionario de estas características no contribuye como factor de superioridad ya que carece de fuerza moral, no le aporta calidad al mando, sus equipos de trabajo son inútiles y por tanto tampoco ayudan para solucionar o aligerar el problema. Quizás, esta última caracterización explique mucha de nuestras carencias e infortunios.
Un líder en el ejercicio del mando no debe de tener afectos con sus colaboradores inmediatos. Debe tener solo relacionamientos profesionales. Resulta que la ineficacia en estos tiempos exige ser inmisericorde con funcionarios venales, ya que hoy quizás, el mayor problema de muchos gobiernos latinoamericanos sea el haber apartado a la ciudadanía, en la gestión de la pandemia.
El problema de muchos gobiernos latinoamericanos radica en haber apartado a la ciudadanía en la gestión de la pandemia.