El informe Giuzzio de que todas las compras del Ministerio de Salud del Covid-19 están infectadas de corrupción confirma el reporte de la Contraloría en el mismo sentido y debe llamar a la acción. Primero, del Ejecutivo.
Mazzoleni debe barrer con todo su entorno porque si no lo hace demuestra que es cómplice del mayor escándalo de compras de insumos en tiempos de pandemia. En realidad, si fuera en Japón renunciaba y se hacía hara-kiri pero por estas latitudes esas costumbres de honor son muy mal vistas.
Le queda poco margen de maniobra y aunque tenga una cercanía afectiva al presidente, este no podrá soportar por su propia contextura moral un gabinete lleno de desconfianzas. La peste trae consigo a los apestosos y para curarnos socialmente debemos ponerlos en cuarentena sanitaria y penal. No hay otra salida.
La burocracia paraguaya está diseñada para robar. Esto no es ninguna novedad y los que creímos que solo con transparencia eso se acababa no nos dimos cuenta de que este monstruo de siete cabezas tiene miles de recursos.
Un funcionario de Yacyretá de apellido Silva con más de 50 millones de guaraníes de ingreso mensual sin embargo tuvo tiempo para dedicarse en sus ratos libres a hacer lobby en favor de empresas proveedoras de insumos médicos. Es amigo del presidente y tenía acceso al ministro.
Los de abajo son funcionales al sistema. Operan solo para dar las apariencias de formalidad y arreglan las licitaciones para que gane la empresa cercana al poder. Esto funciona en salud, educación, obras públicas y en general mueven más de 4.000 millones de dólares. Con un modesto y avergonzado porcentaje de la corrupción del 20% podemos hablar de 800 millones de dólares anuales en comisiones.
En el informe Giuzzio se encontraron productos cuya sobrefacturación era de 200%. Esa cantidad es anual. Un Gobierno dura 5 años así que hablamos de 4.000 millones de dólares de corrupción en un solo periodo.
Ese volumen es suficiente para pagar el 40% de la deuda externa e interna, construir un promedio de 4.000 kilómetros o establecer el mejor sistema de Salud y de Educación. La corrupción es inimaginable en sus efectos dañinos y apesta. Tanto que decenas de ciudadanos esta semana desafiaron incluso a los que temían la propagación viral y expresaron su hartazgo gritando: Basta de robar… ¡Carajo!
El costo de una campaña electoral paraguaya no alcanza los 40 millones de dólares y la recompensa al final del “¡Palo enjabonado” (yvyra syi) es de 4.000 millones de dólares! Esta cantidad de recompensa es lo que altera por completo la teoría de Piketty de que quien nace pobre tiene 80% de seguir siéndolo. Le faltó al economista venir aquí y comprobar que la dinámica social y económica más rápida de este país es la corrupción.
A los que apestan los vemos en nuestras familias, clubes sociales y deportivos o como parte de una comisión que construye una capilla. Son envidiados y emulados. No apestan como debieran. Son los referentes en una sociedad donde a nadie sacude un informe lapidario como el de Salud, y menos en tiempos de confinamiento, pobreza o desempleo.
Este Estado que tenemos no da más. Seguir con lo mismo no solo acaba con el presente que vivimos sino que extermina toda posibilidad de futuro. Los apestosos nos han superado, no tiene costo serlo y acaban con cualquier teoría que se les oponga. No queda otra que despreciarlos y cambiar este sistema perverso que han desarrollado con éxito hasta ahora para ellos y como desgracia o fatalidad para nosotros.