24 abr. 2024

Anticoloradismo

En medio siglo de vida solo viví cinco años bajo un gobierno no colorado. Prácticamente, todo lo público que conozco es una construcción de administraciones republicanas; la educación y la salud, la infraestructura, los modelos de seguridad.

El aparato del Estado está integrado casi en su totalidad por afiliados del partido. La polca republicana y el pañuelo colorado han estado tan presentes en mis cinco décadas de existencia como la bandera y el Himno Nacional. Podemos afirmar que el Paraguay que tenemos hoy es un producto de la ANR. ¿Acaso no es lógico que considere absolutamente necesaria una alternancia en el poder?

Hago la pregunta porque a menudo escucho a los operadores del partido –e incluso a varios de sus afiliados recientes– sorprenderse porque la crítica de quienes ejercemos el periodismo tiene principalmente a los referentes republicanos como blanco.

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Nada más lógico. Si el país que tenemos es principalmente un producto de los ¡once periodos! de gobierno de la ANR, ¿a quién deberíamos echarle la mayor parte de la culpa?

¿Cuál es el Paraguay que tenemos tras casi un siglo de administración colorada?

¿Es acaso un Paraguay que destaca por su desarrollo industrial? ¿Por la calidad educativa de sus escuelas y colegios? ¿Por la excelencia de la academia? ¿Por la amplia cobertura de la salud pública? ¿Por sus rutas, sus aeropuertos, sus puertos?

Hay quien todavía quiere elevar al dictador Stroessner al pedestal de estadista.

Citan como si fueran logros extraordinarios la cantidad de rutas construidas, de escuelas e incluso del tendido eléctrico. Y refieren con un dejo de orgullo que ningún otro mandatario logró tanto. Por supuesto, obvian un detalle minúsculo: el general gobernó ¡por siete periodos consecutivos!

Basta comparar lo que se hizo en todo ese tiempo en los países de la región con los cacareados avances en Paraguay para desmontar el discurso. Si dividimos sus acciones por los siete periodos, veremos que incluso con respecto a los últimos gobiernos lo del dictador fue significativamente mediocre.

Lo peor, empero, fue el proceso de descomposición del Estado, convirtiéndolo en un feudo de operadores políticos.

El régimen institucionalizó el contrabando, la coima y el reparto de licitaciones y compras públicas. No había nada más ordinario que circular en un auto robado, contrabandear mercaderías u ocupar un cargo en Aduanas, luego de una pasantía en alguna seccional colorada y ostentar a los pocos meses los lujos derivados del latrocinio público.

Con el advenimiento de la democracia, el modelo se mantuvo. Incluso referentes de otros partidos compartieron el sistema y sus beneficios espurios. “Hay corruptos en todas partes”, afirman muy sueltos de cuerpo los políticos colorados y sus amanuenses en los medios. Y es cierto, pero eso no quita que la responsabilidad principal siga siendo del Partido Colorado. El modus operandi es una creación de ellos.

Por supuesto que la alternancia en el poder no es garantía de nada. Los liberales o los de cualquier otro partido pueden replicar el sistema en la administración de la cosa pública. E incluso pueden ser peores en la formulación y ejecución de políticas públicas. Pero si se instala la lógica de la alternancia, su fracaso supondrá que en las siguientes elecciones el voto favorecerá de nuevo a los colorados. Y estos sabrán que estarán obligados a tener mejores resultados si no quieren volver a caer.

Si revisamos el mapa de las elecciones recientes en todo el continente, lo que veremos no es un cambio ideológico en el elector. No se trata de pasar de izquierda a derecha o viceversa. Se trata de electores votando a la oposición o a partidos nuevos porque sus gobiernos no tuvieron los resultados que esperaban. Hoy hay una mayoría de gobiernos de izquierda, mañana pueden ser de derecha. Es simple, quien fracasa pierde y se va. De eso nomás se trata. No es una cuestión de odios ni de ideologías, sino de hechos objetivos.

No es anticoloradismo.

Simplemente, tras once administraciones coloradas, este es el país que tenemos.

ANR
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