Mario RubénÁlvarez
Alguna vez, tras la victoria sandinista en Nicaragua, le preguntaron al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal –quien, a sus 94 años, acaba de ser reivindicado por el papa Francisco– para qué sirvió la poesía en el tiempo de ardua lucha contra el dictador Somoza. Respondió que su rol fue acompañar al combatiente y animarlo en su lucha.
En la Guerra del Chaco (1932-1935), la poesía también cumplió ese papel. La música le dio el plus necesario para que las palabras llegaran con más eficacia a los oídos y sentimientos de los que en las trincheras peleaban con los bolivianos, pero también contra una naturaleza acaso más brava que aquellos.
En la épica guerrera, Emiliano R. Fernández –por la fuerza de sus inspiraciones y por la cantidad de producción– acapara casi toda la atención. Sin embargo, es obvio que hubo otros escritores y compositores que también aportaron sus creaciones para la causa común.
Herminio Giménez –nacido el 20 de febrero de 1905, en Caballero, y fallecido en Asunción el 5 de junio de 1991- estuvo en el Chaco al frente de un grupo de músicos. Su labor esencial era insuflar ánimo a los que peleaban contra lo visible y lo invisible. En las pausas de las refriegas, eran el agua, el pan y la venda para los espíritus acosados por las balas.
Su no extensa, pero sí relevante producción poético-musical referida al tema bélico, que lo tuvo como protagonista y testigo, incluye, entre otros títulos, como Fortín Boquerón, Fortín Toledo, Portiju, Mosquetón voli –convertido años más tarde, en Buenos Aires, en Malvita– y Guarani retâ.
EL HILO DEL AZAR
“Recuerdo a aquellos mis hermanos, mis compatriotas, mis amigos, hijos de mi paciente pueblo, en las marchas y contramarchas en pos del enemigo; en los ataques a pecho abierto, con arma blanca, a posiciones bolivianas. Recuerdo la desesperación, el miedo, el arrojo, el hambre, la sed. Esta (fue) acaso el peor y más mortal de los flagelos de la Guerra del Chaco. Sus vidas y la mía pendían de un hilo, el hilo del azar, o de los caprichos de la naturaleza, o de las manos de Dios”, decía Herminio Giménez en el libro Herminio Giménez, viento del pueblo, de Armando Almada Roche (Ediciones El pez del pez, Buenos Aires, 1996, p. 56).
La polca-compuesto (por el relato que hace) Año 34, conocida también como Opáta la guerra, forma parte de su legado de aquella época. Pudo haber escrito la letra y la música al comenzar 1934 o terminar 1933. Las alusiones fundamentales están referidas a lo que terminó siendo la gran victoria de Campo Vía a finales de 1933 y a los jefes –incluyendo al estratega mayor, José Félix Estigarribia– que lideraron a los combatientes.
Campo Vía fue una de las grandes victorias del ejército paraguayo que venció a dos divisiones bolivianas. Entre 7.000 y 10.000 prisioneros pudieron haber sido tomados, además de los armamentos, alimentos y vehículos.
Tan grande fue la euforia que el Paraguay planteó a Bolivia un armisticio creyendo que los bolivianos no iban a reponerse de aquella catástrofe que fue el final del general alemán Hans Kundt. Por supuesto, la algarabía y la esperanza también corrieron como reguero de pólvora en los frentes de combate paraguayos.
Lo que el estribillo refleja es la alegría reinante: “Año 34 reruvareína felicidad”, dice el verso con una métrica más corta que el resto de la letra. Herminio captó en su obra aquella breve temporada en que todos soñaron con retornar a sus hogares, abrazar a sus padres, besar a sus novias. Desafortunadamente aquella dicha saboreada no pasó de ser una ráfaga rota de nuevo por la furia de los cañones y el tableteo mortal de las metrallas algún tiempo después.