25 abr. 2024

Amor por lo pequeño

Coleccionar objetos a escala es un pasatiempo con muchos cultores. Uno de ellos es Diego Kallsen, quien junta maquetas desde su niñez y con los años logró conformar un riquísimo muestrario. De la mano de un coleccionista inveterado, nos introducimos en un universo tan pequeño como fascinante.

COLECCIONISTA

Por: Carlos Darío Torres | Fotos: Fernando Franceschelli.

Los estantes ocupan dos habitaciones y están llenos de objetos, ordenados, por supuesto. Bueno, también se puede apreciar que algunas piezas se encuentran en otro recinto, y estas sí muestran algún desorden. Es que son algunas de las maquetas que todavía no fueron ubicadas en el lugar que les corresponde en el universo liliputiense que creó Diego Kallsen, no a través de un big bang ni en seis días, sino mediante una paciente tarea que ya lleva 30 años.

“Comencé con las maquetas a los siete años, ahora tengo 37”, cuenta Diego. La pasión le viene heredada, pues su abuelo coleccionaba estampillas y su padre, “de todo un poco”. Confiesa que lo suyo está algunos escalones más arriba. “Yo ya subí a otro nivel”, bromea. Aviones, buques y tanques de guerra forman parte de la ecléctica colección en la que los vehículos y las armas de guerra comparten espacio con soldaditos, transportes civiles, juguetes, juegos de mesa y un largo etcétera.

También hay lugar para naves espaciales, de la NASA y del proyecto espacial de la extinta Unión Soviética, como un cohete Soyuz. Los acompañan el Shuttle (transbordador espacial) con el Jumbo 747 que usaba para despegar. “Tengo también el cohete, que está en Asunción”, informa Diego. Es que en la ciudad capital se encuentra parte de la colección, la que de a poco va trasladando a su otra vivienda, en el municipio de Mariano Roque Alonso.

“Tengo todas las maquetas de esa época, y aunque la mayoría está en cajas, algunas se rompieron. Pero se mantienen bien las que tengo a partir de los 16 años”, explica. Diego posee alrededor de 1.200 maquetas de aviones militares y otros vehículos de uso bélico, un hobby que comenzó para satisfacer su gusto por la aviación.

Ponerse a contar cuántas piezas de maqueta posee es una tarea inconclusa. A eso se debe la falta de precisión para dar un número exacto. Afirma que todavía le quedan muchas por armar, pero que ya no lo hace más. “Dejé de hacerlo porque me casé, vino mi hijo y ya no hay tiempo”.

Las escalas más importantes, señala, son las de 1:72 y 1:48. “Después están las de 1:32, que son más grandes, por lo que necesitás más espacio. Esto (la colección de modelos a escala) estuvo mucho tiempo en una pieza en Asunción y entonces les tuve que hacer un lugar acá (en Roque Alonso). Después ya faltó lugar. El problema de cualquier coleccionista siempre es el lugar, o mejor, la falta de él”, dice.

La tarea de armar más de un millar de maquetas fue realizada por sus propias manos, asegura. “¿Ni siquiera al principio tuviste ayuda?”, preguntamos. La respuesta: “No, porque era como armar un rompecabezas. ¿Viste cuando te gusta algo? No era armar, sino ensamblar con pegamento”, aclara.

Diego se hunde en sus recuerdos y a su memoria acude aquel pomo que contenía el elemento con el que unía las partes del modelo. “Había uno que era especial, para niños, que no era tóxico. Después seguí con La Gotita, porque quedaba mucho mejor. Había que agregarles las calcomanías, las pinturas. Así fue creciendo la colección. Después ves que te faltan modelos y los vas trayendo de a poco”, agrega.

Este apasionado coleccionista empezó comprando las maquetas en la conocida juguetería Miramar. Cuando los modelos de ese local se terminaron, tuvo que recurrir a internet, una modalidad de adquisición más reciente para él.

Se amplían los ramos

<p>JUGUETES DID&Aacute;CTICOS. Detr&aacute;s de cada auto a escala se esconde la historia del modelo real que representa.</p>

JUGUETES DIDÁCTICOS. Detrás de cada auto a escala se esconde la historia del modelo real que representa.

Como suele suceder a menudo con los colectores, con el tiempo el interés se expande hacia otros objetos. Hace unos 15 años su afición por las maquetas fue complementada por la preferencia hacia los objetos relacionados con Coca Cola y las miniaturas de autos. Él calcula que posee más de 5.000.

Los autos en miniatura de Coca Cola están a una escala de 1:18 y son modelos de vehículos repartidores que fueron usados por la empresa en algún momento. “Son muy difíciles de conseguir. Gracias a internet ahora compro todo de E-Bay y Amazon”, refiere.

Su interés por las cosas vinculadas con la multinacional de bebidas posee un lado irónico: Diego no bebe Coca Cola. Prefiere tomar cerveza y, a la hora de elegir un refresco, se decanta por... ¡sorpresa!, una Pepsi Cola, la principal competencia de la marca objeto de su pasión coleccionista.

Pero no solo de camiones repartidores está compuesta la serie de coches a escala. Diego posee un interesante lote de la marca británica Matchbox –la mayoría– y de la estadounidense Johnny Lightning. Muchos de los autos de Matchbox son de edición limitada. “Mi colección creció mucho gracias a regalos. No cualquiera puede entrar acá (donde están las colecciones), pero cuando le dejo entrar a alguien, ve todo tan ordenadito y se da cuenta de que me gusta tanto, que me regala lo que tiene para ampliar el stock”, asegura el coleccionista.

Muchas de las cosas que posee las obtuvo comprando por lotes. “Entrás en internet y ves que hay una persona cuyo padre falleció o se mudó de casa, y quiere desprenderse de un autito, al que no le da importancia, porque para ella es solo eso, un autito. Y ahí te venden, 100 o 1.000 autitos por un precio reducido”.

Juguetes prohibidos

<p>EN FORMACI&Oacute;N. Listos para la batalla o para despegar, soldados y aviones esperan ese momento que solo habita en la imaginaci&oacute;n de su propietario.</p>

EN FORMACIÓN. Listos para la batalla o para despegar, soldados y aviones esperan ese momento que solo habita en la imaginación de su propietario.

Puede sorprender encontrar en la colección objetos relacionados con el nazismo, pero Diego dice que los tiene por su significado histórico. Se destaca un muñequito casi caricaturesco de Adolf Hitler, que compró en una juguetería de Buenos Aires.

“Todo lo que sea nazi es muy difícil de coleccionar, porque a mucha gente le cae mal. Yo me concentro en su aspecto histórico. Aun así, muchos quieren estos objetos. Los fabricados en Estados Unidos no traen la esvástica, está prohibida, y si la traen, viene rota y vos decidís si querés unirla; los japoneses, en cambio, sí la ponen en las maquetas, pero los alemanes no, bajo ningún concepto”, informa.

Su juego de objetos con acento teutón se complementa con las miniaturas de soldados germanos, regalados por un ciudadano alemán para quien el padre de Diego había hecho un trabajo. “Le dijo: ‘Te voy a regalar este soldadito con el que jugaba cuando chico’”, acota. Otra forma de acrecentar la colección.

También se destacan unos soldados paraguayos de la Guerra contra la Triple Alianza, hechos por un artista argentino en el barrio porteño de San Telmo, que tienen su propia historia (ver recuadro).

En el muestrario hay además algunos juguetes antiguos, los propios de Diego –de la década del 80 del siglo pasado– y otro, el único, que conservó su papá, una especie de rodado, de 1943. Presenta la característica de ser de metal, de chapa, como los que se fabricaban entonces y que con el tiempo fueron prohibidos porque podían producir cortes en los niños e infectarles con tétanos.

La antigüedad es un bien preciado por los coleccionistas. Entre los más añosos, Diego resalta uno de sus objetos más preciados, que es la primera combi que lanzó Matchbox, con su cajita original. De paso nos cuenta un secreto de la actividad: “En el caso de juguetes antiguos, pueden valer mucho más las cajitas que el juguete en sí; y el juguete con la cajita vale hasta el doble”.

En la actualidad, sin embargo, cada vez es más difícil encontrar a personas dispuestas a desprenderse de cosas que para ellas constituyen un estorbo, pero que para un fanático pueden llegar a significar verdaderos tesoros.

“Los programas tipo El precio de la historia nos fundieron. Antes, si alguien tenía algo antiguo en su casa y no conocía su valor, podías ir y comprarlo, por ejemplo, por G. 100.000. Esa persona pensaba que por esa plata ya podía comer un asado, comprar un whisky, y te vendía. La gente entiende mal. Tiene polvo, y es antiguo, está un poco roto y ya es una antigüedad, y no es tan así. Si no, todos seríamos millonarios. Esas casas de antigüedades del centro venden sus artículos carísimos, andá ahí a preguntar por un autito”, se lamenta Diego.

Satisfacción plena

<p>OBJETOS DE DESEO. Diego Kallsen y su afici&oacute;n por los aviones. Una pasi&oacute;n que dio origen a otra: la que lo convirti&oacute; en coleccionista.</p>

OBJETOS DE DESEO. Diego Kallsen y su afición por los aviones. Una pasión que dio origen a otra: la que lo convirtió en coleccionista.

¿Qué es lo que mueve a una persona a juntar objetos? “Un coleccionista disfruta de ver crecer su colección y le da gusto verla ordenada. Esta afición te enseña muchas cosas: conocés a mucha gente, hacés muchos amigos; adquirís cultura porque querés saber de qué época es tal avión, quién lo usó, por qué lo fabricaron, quién lo diseñó. Averiguás todo lo que hay detrás de cada objeto. Yo me acuerdo de cada cosa que tengo, dónde la compré, por qué la compré, por qué me gustó. Es increíble, pero te acordás de cada cosita que tenés”, añade.

La satisfacción más grande de un apasionado es cuando compra al precio que él está dispuesto a pagar. “No me apuro. No es que veo, entro y compro. Si encuentro una oferta en internet, pongo que pago hasta tanto y espero. Es como pescar, tirás tu liñada y se queda ahí. Hay cosas que conseguís después de cuatro, cinco años”, revela.

Muchos coleccionistas un día terminan hastiados de su afición y deciden vender todo. Diego dice que este no es su caso, pero que si alguna vez decide desprenderse de sus objetos, hay algunos que con seguridad va a conservar. “Este es un autito que siempre quise (un repartidor de gaseosa). Ponele que llegue a vender todo lo de Coca Cola, pero me voy quedar con esta colección de autitos antiguos porque es superespecial. Solo salieron 50 de cada uno en el mundo. Este es el autito de Matchbox más difícil de conseguir de Coca Cola. Me quedaría con él y con otros seis”, asegura.

Su hijo, Dieguito, está acostumbrado a ver los juguetes y ya no le sorprenden, porque está en contacto con ellos desde los dos meses. Como padre, Diego está dispuesto a apoyarlo si su vástago decide seguir sus pasos, pero aclara que eso solo lo sabrá con el tiempo.

“Hay coleccionistas que no sacan los juguetes de la caja, pero eso no tiene sentido y puede llegar a ser obsesivo. Mi hijo los toca y, si se rompen, no le voy a retar, porque si no esto se vuelve una locura. Hay que disfrutar. Si se rompe o se llega a perder, ahora mismo ya no me importa, no me voy a morir por eso”, asevera.

A pesar del tamaño de su selección, Diego dice que nunca la hizo avaluar ni asegurar, por lo que desconoce cuánto se llegaría a pagar por ella. No obstante, considera que otro motivo que lo llevó a emprender este hobby fue haberlo tomado como inversión.

Explica que, al contrario de otros, coleccionar nunca fue para él una obsesión y que, por el contrario, le enseñó “mil” cosas. “El orden más que nada. Si sos coleccionista eso te sirve en todos los ámbitos de la vida, porque sin orden no hay progreso. Esos son los valores de esta afición y se los inculco a mi hijo. No hace falta contar con 10.000 objetos: se puede poseer cinco o seis y tenerlos ordenados en la casa”. Es como aprender jugando.

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ASTUTO

Hace siete años, Diego Kallsen caminaba por San Telmo (Buenos Aires), curioseando. Una persona vendía soldaditos, entre ellos, varios paraguayos con uniformes de la Guerra Grande. Preguntó a cuánto estaban y el vendedor le dijo que todos a $ 20. “¿Y los paraguayos?”, repreguntó. “Esos están a $ 25”, respondió el comerciante. “¿Por qué más caros?”, se sorprendió Diego. “Porque los paraguayos son más valientes”, fue la estocada final del vendedor. Diego soltó una carcajada, pronunció un insulto a modo de broma, y adquirió el gallardo pelotón de compatriotas en miniatura.

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El comercio es ley

Diego es abogado civilista y ejerce esta actividad, “aunque cada vez menos”. Si bien asegura que le encanta su profesión, prefiere ser comerciante. Tiene planeado instalar un local de comidas, en el que, ni falta hace decirlo, su colección estará exhibida, como elemento decorativo y objeto de interés para los clientes.