EAlguna vez escribió Juvenal, el gran periodista argentino, que nunca fue más grande Pelé como una noche de Copa Libertadores en que el legendario Santos sucumbió ante la bravura de Peñarol. O Rei siguió bregando hasta el final casi solo, como si fuera once jugadores al mismo tiempo, lleno de vergüenza deportiva, ejemplar finalmente en la derrota y en la eliminación. Sobre todo, ejemplar dentro de la cancha, en el juego.
La otra noche le tocó a Neymar la oportunidad de emular al tricampeón del mundo, a su manera, en el mismísimo estadio Maracaná. Buscó la pelota una y otra vez, fue de frente en medio de piernas argentinas, trató de forjar paredes, pero un Brasil maniatado se encontró con la Argentina generosa de Lionel Messi, hecha un ovillo de pundonor y orden táctico suficientes para arrebatarles la Copa América a Neymar y a los brasileños.
Sin embargo, las imágenes de ambos amigos ayer al final del juego, que Tité calificó de ejemplares para las generaciones más jóvenes, abrazados luego de haber llorado, sonrientes luego de haber ganado el uno, de haber perdido el otro, dejan una magnífica sensación no solo de amistad y profesionalismo, sino de que el juego sigue siendo el juego: como cuando Messi, el ganador, y Neymar, el perdedor, eran niños.