05 sept. 2025

Amenaza

Édgar Emilio Servín @ServinCoronel

Todo ser vivo cuando es atacado se defiende. Es un principio natural. Lo mismo ocurre con un Estado o un gobierno. Cuando al primero se lo agrede, este activa un conglomerado que moviliza sus sistemas de defensa nacional o defensa interna. Un gobierno, a más de activar aquel sistema, se apoya en su ideología. Lo hacen los de derecha, los del centro y los de izquierda. Es un acto de derecho político. Por ello, para que un gobierno sea eficiente debe fundar su gestión en tres aspectos: en la ideología que lo llevó al poder, en los objetivos que prioricen el bien común y en una comunicación eficaz con la sociedad. Estos tres elementos van relacionados entre sí, no son interdependientes. Sin embargo, en una América Latina convulsionada por manifestaciones de diversa intensidad hoy, casi todos los gobiernos basan su pervivencia solo en el aspecto ideológico. Sería una suerte de visión unívoca y no panorámica de la realidad. Una ciudadanía movilizada, en contrapartida, aparenta ser más efectiva en esta disputa por una cuestión simple: las manifestaciones tienen menor costo y una alta renta política. En estos tiempos los grupos que le disputan el poder al Estado –extremismo o crimen organizado– actúan como una especie de “franquicias” que lograron captar la insatisfacción de los diversos colectivos humanos, sea motivándolos o auspiciándolos para cometer actos violentos. Y en este enfrentamiento dialéctico llevan las de ganar las condenas de la opinión pública por redes sociales. Ahora, las eternas insatisfacciones humanas son canalizadas en dichas redes, constituyéndose estas en neofactores de poder y decisión. Actualmente, varios gobiernos del continente, para defender legítimamente sus posiciones ante las crecientes demandas sociales aguzadas por la pandemia del Covid, se apoyan en las teorías de la revolución molecular de Pierre-Félix Guattari y la deconstrucción de Jacques Derrida. Para Guattari, con pasado militante trotskista, ya no son más viables las grandes organizaciones que gerenciaban una revolución, sino pequeñas estructuras autónomas y anárquicas que apuntan a esa misma meta. En esta visión, el adversario opera como un conjunto de “moléculas” o “células” cuyo objetivo es destruir al Estado por medio de la violencia. A final de cuentas, según estas teorías, el objetivo final apunta a deconstruir (aporte de Derrida) la milenaria elaboración hecha por la civilización occidental. Las teorías de Guattari y Derrida impresionaron a una clase de intelectuales de América Latina, quienes comparan nuestras circunstancias actuales con los sucesos del mayo francés de 1968 y sus repercusiones en Tokio y México, en donde manifestaciones populares reclamaron grandes cambios políticos y sociales. Lo que estos intelectuales no incorporaron al análisis es que una estrategia que contemple como solución solo a la represión puede iniciar una escalada de violencia cuyo final sería impredecible de anticipar. No pretendo colonizar intelectualmente a nadie. Pero considero que, como sociedad, nos encontramos ante el final de una era representada por el colapso de un sistema inicuo de distribución de la riqueza y de privilegios disfrutado solo por una menor porción de la población. Quizás allí radique el problema. Lo que ocurre en la calle es su síntoma.
Quizás estemos presenciando los síntomas del colapso de un sistema.