03 sept. 2025

Amar a Dios es amar al otro y viceversa

Como creyentes en el ser humano como que descubrimos dos etapas.

Primera, la vida en el planeta Tierra, ayudada en su existencia por un cuerpo material preparado para responder a todas sus necesidades.

Y esta realidad conlleva el compromiso, en todos los que vivimos, de amarnos como hermanos.

Una realidad tan importante que el Reino de Dios (utopía a la que Jesús dedicó sus años de estadía entre nosotros) comienza con lo que es necesario para que nuestra vida en la tierra siga existiendo. Y viviendo así, viviendo en felicidad, cada uno pueda descubrir a Dios.

Aquí, tendríamos que hacernos la pregunta de si nos amamos realmente. Porque este amor, personal y fraterno, es el karaku de nuestra fe cristiana.

Explícitamente las palabras de Jesús son tajantes: ”Ámense como yo les he amado”.

La segunda etapa de nuestra vida, creemos que comienza después de la muerte.

Si me preguntan cómo será esta vida de “después”, la respuesta más sincera es que no lo sabemos. Pero por fe estamos convencidos de que existe.

No será como el happy end de las películas. Tampoco una visión beatífica de Dios o una paz eterna que nos mantenga inertes.

El Libro de la Sabiduría escrito en Alejandría 50 años A.C. (Jesús en la alejada Galilea, Jesús no lo pudo todavía leer) tiene unas palabras muy interesantes sobre Dios: “Amas todos los seres y no aborreces a nada de lo que has hecho. Si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Tú perdonas a todos porque todos son tuyos, Señor, amigo de la vida”.

Y esta vida en lo que popularmente llamamos “cielo”.

Creo en ella. Será, quizás, como la plenitud de la presencia de Dios aquí en la Tierra en cada uno de nosotros.

Aceptarlo, por fe, es una de las mayores audacias que tenemos.