Hijo de madre soltera, nacido en una hasta ahora ignota localidad del interior que se ganó la capital paraguaya a punta de esfuerzo, capacidad y tesón. Libre de toda forma de coerción, no necesitó alabar a nadie. Por el contrario, su visión crítica de la manera de hacer política en el Paraguay lo forzó a una salida al exterior, desde donde puntualizó los grandes dramas del país. Retornado, fue ministro de Hacienda y luego presidente en unos comicios sin participación colorada en 1924, al final de un convulsionado inicio de siglo. Austero, honesto, visionario y dueño de su NO. Su herencia ha sido enorme, al punto que sin su labor de gobernante no hubiéramos estado listos para defender el Chaco de la invasión boliviana. Murió con todo buen paraguayo: víctima del amor... compartido.
Todo en Ayala es actual al punto que su descripción de cómo se hacen las salchichas y los políticos sigue teniendo una admirable actualidad. En la semana de la recordación de sus 140 años de nacimiento, su correligionario Blas Llano le acercó casi clandestinamente una corona de laureles al pie de su busto erigido frente a la casa en Mbuyapey, donde pasó su niñez. Probablemente el cuestionado dirigente liberal se salvó de un sonoro golpe en la cabeza porque el busto del héroe cívico carecía de brazos y Eligio está muerto hace 89 años. Llano es la antítesis de las virtudes de Ayala. Todo lo opuesto y la perfecta caricatura del político al que en sus escritos el ex presidente liberal ataca con saña y crudeza.
Casi a la misma hora, en el Palacio de López, un asombrado y atónito senador Silvio Ovelar, más conocido popularmente por su dejo de “trato apu’a”, recibía un retrato de Eligio Ayala regalado por el presidente Abdo. Podría hasta haber concluido el cuestionado dirigente de Coronel Oviedo que el mandatario se estaba burlando de él con la entrega de semejante obsequio, que le fue muy difícil no solo sostener el retrato por el peso moral de Ayala, sino, por sobre todo, justificar si el presente era una delicada crítica que el obsequiante se hacía de manera mutua y frente a todos. El que pergeñó ambos actos: la entrega de la corona y el retrato de Eligio Ayala, pensó con notable sarcasmo no solo la ocasión, sino los protagonistas del homenaje karape al gran estadista que posiblemente se revolcó en su tumba e hizo algo infrecuente en su persona: esbozar una sonrisa. Podría incluso haber sacado la misma pistola con la que hacía huir a los que intentaban sobornarlo en algún negocio en contra de los intereses de la patria.
Todo esto ocurrió el martes con claridad y alevosía. Ante los ojos de todos y la expresión atónita de la aún degradada jungla de la política criolla, que sigue manteniendo los mismos elementos descriptos por Ayala en 1915. Sí, hace 104 años que esto no cambia porque hay un electorado cómplice con este tipo de comportamientos que no los castiga con la dureza necesaria en los comicios. Cuando lo hace, como con Lugo, el resultado es todavía peor y cuando protagoniza una revolución cívica como la del Marzo Paraguayo, nos salta un Lucho González.
Esta alevosía reiterada solo cambiará cuando tengamos un pueblo educado y honesto que tenga como consecuencia gobernantes que se le parezcan. Mientras tanto, los chorizos serán hechos todavía de manera más profesional que nuestros políticos, que continuarán hundiendo a la patria.
Así de sencillo es todo en este país, por eso la vigencia de Eligio Ayala y el cruel atentado con coronas y retratos que perpetran algunos en su memoria.