14 dic. 2025

“Aceptar y vivir la soledad”

He escrito en varias oportunidades que la vida actual con su activismo y el vaciamiento de la vida interior nos hace sentir solos. Y, efectivamente, hay personas que se sienten solas y están solas. Basta visitar un geriátrico y encontraremos que la gran enfermedad de muchos ancianos es la solitariedad. Si vamos a un hospital, hay enfermos que se lamentan de estar solos y casi abandonados.
Sin salir de nuestras propias casas de familia descubriremos que el aislamiento en que viven muchos que conforman el hogar les hace sentir la solitariedad. Unas veces no hay comunicación entre los esposos, otras veces falta el diálogo entre padres e hijos y estos no perciben el amor de sus padres. Si nos acercamos a los abuelos ya un poco ancianos o enfermos, la situación es peor, veremos caras tristes o escucharemos decir: “Molesto porque soy viejo”. “Nadie me toma en cuenta porque cada uno hace su vida”.
Llenan este aislamiento y esta solitariedad con el ruido de la música, con la radio y con la televisión. Estos medios les distraen, pero no satisfacen la interioridad y continúan en su mundo de insatisfacción. Ante esta realidad, cabe una pregunta: ¿Cómo llenar este vacío? La respuesta no es fácil, pero existe.
A comienzo del mes de setiembre, el papa Benedicto XVI visitó Loreto. En el encuentro que tuvo con la juventud, dos jóvenes que viven en la periferia de la ciudad le preguntaron: ¿Es posible esperar cuando la realidad nos niega cualquier sueño de felicidad, cualquier proyecto de vida? “Sí ?respondió el Papa?, hay esperanza también hoy; cada uno de vosotros es importante, porque cada uno es conocido y querido por Dios; y Dios tiene un proyecto para cada uno. Debemos descubrirlo y corresponder a él, para que, a pesar de estas situaciones de precariedad y marginalidad, sea posible realizar el proyecto de Dios sobre nosotros”.
Hermosa respuesta, pero difícil de ponerla en práctica. Se requiere la capacidad de descubrir en su interioridad el amor que Dios me tiene. El silencio y la soledad son los medios para experimentarlo. Pero la soledad elegida, hecha de renuncia, de búsqueda y de esperanza. Pasa por el encuentro y el contacto auténtico, sin interferencias, con uno mismo. Exige y necesita autoestima, apertura a la verdad. La soledad es un diálogo con el silencio. Nada fácil, pero si es auténtico, será muy fecundo.
La soledad es la oportunidad y libertad de ser uno mismo, de trazar nítidamente mis fronteras para poder ser yo y, a la vez, estar de verdad con los otros y poder decirles mi silencio y mi palabra. La soledad es la sabiduría del pobre y es el encuentro con la paz y con los otros.
La soledad es inevitable y, por consiguiente, debemos aceptarla y aprender a vivir con ella. Es signo de madurez y camino para encontrarse consigo mismo y comunicarse con los otros. Jesús, una vez más, es nuestro modelo.