Rebeca González Garcete | rebecagonzalezg@gmail.com
Y agregaría que hay algo de Terrence Malick, especialmente en su inicio, con sus reflexiones y secuencias, cuyo objetivo es comparar situaciones con elementos de la naturaleza (el depredador y su presa, por ejemplo, cuando la protagonista se enfrenta inocentemente a algo que la llevará a un peligro impensado).
Apta para el papel, Scarlett Johansson es la despreocupada e inocente Lucy que, sin quererlo, se transforma en la heroína de acción. La convierten en mula de un químico que aumenta la acción del cerebro, el cual se mete en su organismo en cantidades enormes. Así, ella desarrolla hasta el extremo habilidades que van más allá de la genialidad.
Besson creó el personaje de Morgan Freeman, quien, como autoridad científica, se encarga de explicar al público lo que está pasándole a Lucy. Es menospreciar al público, tal vez, pero el realizador francés piensa en el espectador promedio (y los números de la taquilla le dan la razón). Y sus villanos son siempre impagables: Choi Min Sik está impecable como el sádico traficante.
Experto en generar adrenalina en la graduación necesaria, el realizador brinda una obra que, sin ser brillante, atrapa y gusta inclusive por la sencillez de su premisa. Y es inevitable la reflexión sobre cuánto realmente usamos de nuestro propio cerebro. ¿Es suficiente? ¿Cómo mejoramos el uso? Ese es el desafío que nos deja Lucy.