Solo los ingenuos creían que a Cartes no le interesaba la reelección. Lo tenía claro desde antes de asumir. Es poco probable que la consiga, pero ya ha logrado acercarnos a un quiebre institucional con gravosos daños colaterales. Tendrá que violar la Constitución Nacional. El artículo 290, que se refiere a la enmienda, es muy claro: “Si en cualquiera de las Cámaras no se reuniese la mayoría necesaria para su aprobación, se tendrá por rechazada la enmienda, no pudiendo volverse a presentarla dentro del término de un año”.
Pretender que agregando una pequeña modificación o un artículo más se produce una perversa alquimia que crea un “proyecto diferente” y que, por ende, puede ser presentado en el mismo periodo es una manipulación autoritaria. Es un atajo anticonstitucional; es equivalente a un golpe.
Será una ruptura de enormes consecuencias. Una primera fractura se producirá en el PLRA. La enmienda solo logrará pasar el obstáculo del Parlamento si algunos senadores liberales se venden a Cartes. Ya parecen convencidas dos –Blanca Fonseca y Zulma Gómez– y faltaría poco para sumar a otros. La dirigencia liberal estableció un vidrioso mandato imperativo que obliga a votar en contra. Quien lo infrinja no podrá ser candidato a nada en el 2018. Si frenan la arremetida cartista, el partido se fortalecerá. Si no lo consiguen, habrá un lamentable liberocartismo que sumirá al PLRA en su histórica autofagia.
Pero también se fracturarán los colorados. La hegemonía de la billetera del recientemente afiliado Cartes habrá demostrado, una vez más, su capacidad persuasiva. Pero a costa de una división profunda que enardecerá la posición de la disidencia. La dirigencia colorada también impondrá un vidrioso mandato imperativo para votar a favor de la enmienda; es decir, en sentido contrario a lo dispuesto por la convención liberal. Algo aprendieron los colorados del PLRA. El castigo será donde más duele a los potenciales rebeldes: el que vote en contra no podrá ser candidato a nada en el 2018. Si el oficialismo pasa el muro del Senado, podrá soñar con la reelección de Cartes, pero tendrá tres pesadillas: su bajísima popularidad, un partido dividido y la habilitación plena de la candidatura de esa bestia electoral llamada Lugo.
La tercera fractura es la más grave, pues no hay modo de arreglarla. El camino forzado hacia la enmienda ocasionará un quiebre de la institucionalidad republicana. Bastante frágil es nuestra democracia como para soportar un agravio que la vuelva aún más gelatinosa. Fracasada en lo social, solo le queda la formalidad política. Es poco, pero es lo que hay. Violar la Constitución para dar rienda suelta a la obsesión de poder de una sola persona es un precio demasiado alto para un país con gente tan pobre. Que, por suerte, es mucha y ya no es tan tonta.