Fotos: Brigitte Colmán
Un tren interminable pasa cerca del mediodía, en el momento exacto en el que los escolares corren a sus casas. Al cruzar las vías y pasando la estación de Aracataca hay una placita, y ahí en el medio, una escultura que recuerda a Remedios, la bella recibe a los peregrinantes.
En Aracataca, las huellas de Gabriel García Márquez están por todas partes. El pueblo es chico, los vecinos son amables y saben reconocer al turista que, con la cámara fotográfica al hombro, llega ansioso por conocer el pueblo de donde salió un Nobel. De camino a La Casa hay algunas pistas: una pensión se llama Macondo, y un pequeño restaurante, La Hojarasca; desde una columna del alumbrado público cuelga un cartel que invita al Disco Bar Macondo y la Biblioteca Municipal lleva el nombre Remedios, la Bella. En los muros hay grafitis con imágenes de Gabo y sus frases más celebradas, y las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia –de papel, de plástico y de isopor– están por todas partes.
Macondo era una parada del tren, pero en una estación sin pueblo. Era el nombre de una finca bananera vecina del pueblo donde Gabriel García Márquez (GGM) vivió sus primeros años, según cuenta en su libro de memorias Vivir para contarla. Y aunque el nombre ya aparece en sus primeros tres libros, es con Cien años de soledad cuando se hace universal: “Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
Y con Macondo, también Aracataca se volvió universal.
Ubicada en el departamento de Magdalena, Colombia, hasta aquí llegan los devotos del Nobel de Literatura colombiano, peregrinando en busca de aquellos fantasmas que poblaron la infancia de Gabo niño y que, desde que encontraron un lugar en su obra literaria, atormentan también a sus lectores.
Sobre Aracataca, cuenta GGM en El olor de la guayaba que en lengua chimila ara es río, y cataca es la palabra con que la comunidad conocía al que mandaba. “Por eso entre nativos no la llamamos Aracataca sino como debe ser: Cataca”. Y aquí fue donde él nació hace 90 años, el 6 de marzo de 1927. Se llamó Gabriel por su papá, y José, por el patrono de Aracataca.
La casa
Los espacios son una réplica de la casa original y los nombres que le dieron a cada uno fueron acordados con el mismo GGM.
Al llegar nomás se puede leer en la fachada, sobre la pared de madera: “Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas, sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía con mis abuelos. Es un sueño recurrente que todavía persiste. Más aún: todos los días de mi vida despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa. No que he vuelto a ella, sino que estoy allí, sin edad y sin ningún motivo especial, como si nunca hubiera salido de esa casa vieja y enorme”.
El olor de la guayaba.
Era una casa lineal de ocho habitaciones sucesivas, relata en Vivir para contarla, y a lo largo hay un corredor con un pasamano de begonias, conocido ahora como el Patio de las Begonias, donde se sentaban las mujeres de la familia a bordar y conversar en las tardes.Está la oficina del abuelo, que fuera el despacho del coronel Nicolás Márquez Mejía; y el taller de platería, donde el coronel se pasaba fabricando los pescaditos de oro. El comedor, que era el eje de vida de la casa y de la familia; y por supuesto no podía faltar el Jardín de Remedios, desde donde un día, cuando estaba tendiendo las sábanas para secar, Remedios, la bella subió al cielo.
Todo está aquí: el cuarto de Gabo niño con la cuna donde dormía, y un ploteado reproduce la imagen de las 72 bacinillas en el cuarto de los trastos.
En el patio, se encuentra una reproducción de lo que era el cuarto de lo guajiros y otro árbol reemplaza al legendario castaño de Cien años de soledad.
García Márquez confesó alguna vez a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza que en sus novelas no hay una línea que no esté basada en la realidad. Algunas de esas realidades sucedieron precisamente en esta casa: como cuando Gabriel tenía cinco años y recuerda a su abuela espantando una mariposa con un trapo y diciendo que siempre que venía el electricista se metía a la casa una mariposa amarilla. De ese recuerdo nació Mauricio Babilonia.
Por eso quizá, al visitar la Casa Museo Gabriel García Márquez no requiera hacer un gran esfuerzo el imaginar vagando por los corredores a los personajes de Cien años de soledad, que este año cumple medio siglo de su publicación. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, al coronel Aureliano Buendía, los José Arcadios y Aurelianos, Amaranta, Remedios y hasta Melquíades, seguro lo están celebrando.
Antes de abandonar el lugar, no es mala idea visitar la tienda de recuerdos y dejar constancia de nuestra presencia en el libro de visitas. Afuera, ya en la calle, en una improvisada mesita, un vecino vende imanes que nos recordarán: “Yo estuve en el Macondo de Gabo”.
La casa del
telegrafista
El lugar fue testigo de los amores contrariados entre los padres de Gabo: Gabriel Eligio y Luisa Santiaga Márquez, hija del coronel Nicolás Márquez. Este, para alejar a la pareja, envió a Luisa a un largo viaje por pueblos del Caribe, pero igual ella siguió recibiendo los mensajes que Gabriel Eligio le enviaba a cada lugar por donde pasaba, con la complicidad de sus colegas del telégrafo. Esta historia es rescatada en
El amor en los tiempos del cólera.
La casa está abierta al público y ahí se puede ver un viejo telégrafo, una exposición de los libros de GGM y una cronología de estampillas de correo. Y, para dejar claro una vez más que en Aracataca la realidad se mezcla con la fantasía, en el patio encontramos la escultura de una señora sentada en un sillón, que rinde homenaje a Úrsula Iguarán, el entrañable personaje de Cien años de soledad.