Los medios de comunicación refuerzan constantemente ciertos pensamientos atávicos, estereotipos y prejuicios que prevalecen en la sociedad. La semana pasada una mujer dio a luz a su hijo número 20, en una acera, tras descender urgente del ómnibus en que viajaba.
El parto fue sin complicaciones e inicialmente la noticia generó simpatía y hasta muestras de solidaridad, hasta que se fueron obteniendo más datos que cambiaron el punto de mira.
¿Dar a luz en la calle es un acto de heroicidad? ¿Traer 20 niños al mundo, sin planificar los nacimientos y sin control prenatal, lo son también?
Cuentan que solo 13 sobrevivieron a la extrema pobreza e ignorancia de sus progenitores. Precariedad, hacinamiento, alcoholismo, faltas al deber del cuidado, violencia intrafamiliar y hasta denuncias ante la Codeni.
Por el número de niños que concibió y parió, esta mujer de 47 años ya se había ganado el calificativo de heroína y supermamá, cuando saltaron esos otros datos oscuros sobre la verdadera situación de los hijos y su familia.
Y es que hasta ahora la maternidad sigue siendo como el acto determinante, si no único, que la sociedad reconoce a la mujer. Es su esencia misma.
Por eso, cuantos más hijos, más heroica, más madraza. No importa si los niños tienen los cuidados elementales que garanticen su supervivencia. Si crecen en un hogar bajo los cuidados y cariño de sus progenitores, protegidos y amparados, aun en situación de pobreza.
Tampoco parece importar la probada realidad del Estado ausente que hace que aún haya mujeres como la de esta historia, que trajeron a casi todos sus hijos a través de alumbramientos domésticos y que no tienen idea de los programas de planificación familiar, ni de las enfermedades de transmisión sexual. Y menos aún de sus derechos ni de la corresponsabilidad de los varones con relación a cada embarazo, y los posteriores cuidados que demanda un niño.
Así que, ni víctima ni heroína. Ni aichinjáranga ni kuñaguapa. Tampoco aquello de por qué la señora no se hizo la ligadura de trompa o por qué no se compró un televisor. Juzgarla y cargarle toda la responsabilidad a ella es discriminación. ¿Y el varón de esta historia? ¿Y el padre responsable?
Parte de la sociedad hipócrita también se expresó implacable con esta madre, consintiendo como algo absolutamente natural que el hombre tenga todas las relaciones sexuales que quiera, sin importar sus consecuencias. ¡Cuánto más hijos, más macho!
Sin dudas, en el Paraguay del siglo XXI prevalece la cosificación de la mujer; y falta que la educación sexual llegue a cada uno de los barrios.
No se puede seguir aplaudiendo hechos como estos ni condenando a sus protagonistas. Hay que corregir lo que no está funcionando y llamar a las cosas por su nombre. Seguimos viendo el árbol y no el bosque.