24 abr. 2024

Razón y emoción para la paz

Por Alberto Acosta Garbarino Presidente de DENDE

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Alberto Acosta Garbarino

El triunfo del “No” en el plebiscito realizado la semana pasada en Colombia, ha sido un baldazo de agua fría para gran parte de la comunidad internacional.

Quién podría haber pensado en semejante resultado, cuando apenas seis días antes se había realizado en Cartagena de Indias la firma del Acuerdo de Paz entre el presidente Santos y el líder de las FARC Timochenko, ante la presencia de 15 presidentes y representantes de los Estados Unidos, del Vaticano, de las Naciones Unidas y de la OEA.

Con semejante respaldo de líderes mundiales, con las encuestas que indicaban que el 62% votaría por el “Sí” y con muchísimos más recursos económicos para realizar la campaña electoral, dicho plebiscito parecía un simple trámite administrativo.

Pero evidentemente, el acuerdo de paz tenía mucho más apoyo de la comunidad internacional que de los mismos colombianos.

A nivel nacional, el triunfo del “No” fue muy ajustado con 50,21% de los votos contra el 49,78% de los votos para el “Sí”, pero lo llamativo fue el hecho de que en las zonas rurales, donde se encuentra el conflicto armado, triunfó el “Sí” y en las ciudades que están más lejos del conflicto triunfó el “No”.

Este hecho me hizo pensar que evidentemente en la zona rural se votó con la emoción, mientras que en la zona urbana, con la razón.

Es en la zona rural donde nacieron las FARC en 1964; es en esas zonas donde más de 220.000 personas fueron asesinadas, 30.000 fueron secuestradas y 25.000 se encuentran desaparecidas.

Pero por encima de las estadísticas, hay personas, hay familias que fueron desgarradas por este conflicto.

Es lógico que estas personas hayan votado por el “Sí” al acuerdo de paz, sin importar las condiciones de ese acuerdo, porque lo que ellos quieren es vivir en paz, quieren que cesen las matanzas, quieren seguridad.

Recordemos que en la pirámide de necesidades humanas propuesta por el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, en la base misma se encuentran las necesidades fisiológicas y de seguridad.

No podemos pedir a las personas que tienen en riesgo su vida misma, que piensen en la democracia, en las instituciones o en la impunidad.

Sin embargo, en las zonas urbanas donde viven más del 74% de los colombianos y que tienen un nivel de educación superior al de la población campesina, los problemas de las FARC se sienten bastante más lejanos.

Es lógico que estas personas se opongan a un acuerdo de paz, que como lo dijo Álvaro Uribe, es casi una rendición del Estado colombiano a las FARC y es una destrucción de las instituciones de la República.

Es inaceptable que a las FARC se les conceda bancas en el Congreso sin participar en elecciones, que se les pague un sueldo mensual a cada guerrillero y a sus comandantes, que se libere a los guerrilleros detenidos y que nadie vaya a la cárcel por los crímenes cometidos.
La razón nos dice que una sociedad no puede aceptar semejante acuerdo, pero la emoción nos dice que es apremiante que este enfrentamiento interno que tiene casi sesenta años, llegue a su fin.

Estamos ante un conflicto de inmensa complejidad y son solamente los colombianos los que deben encontrar su propio camino, los que deben definir cuántas concesiones deben hacerse finalmente a las FARC, para tener una paz justa y duradera.

La mayor responsabilidad para encontrar este punto justo la tienen las personas que votaron por el “No”, que en su mayoría viven en las ciudades y que tienen que sumarle a su actual racionalidad, la emoción y la empatía hacia las víctimas que están sufriendo el conflicto en el campo.

Esperemos que el Premio Nobel otorgado esta semana al presidente Santos, le dé al proceso un nuevo impulso y a los colombianos la racionalidad y la emotividad necesarias para llegar a la anhelada paz.
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