Qué muchas rupturas produjo el afán reeleccionista del presidente Cartes. Hay fragmentos por todas partes.
Se rompieron viejas amistades, alianzas, proyectos políticos, sueños, alternativas electorales, promesas, instituciones, puertas y ventanas (edificio del Congreso y local del PLRA), la Constitución Nacional (art. 290) y el reglamento interno del Senado.
Y ni hablemos de la credibilidad de los políticos y de la Policía Nacional, que se hicieron añicos. O acaso se podrá volver a creer en un Fernando Lugo, Carlos Filizzola o Blas Llano, por citar algunos, o confiar en los policías del país.
La crisis política en el que derivó el plan del oficialismo, dispuesto a atropellar todo, para incluir en la Carta Magna la figura de la reelección presidencial por medio de una enmienda constitucional nos permitió comprobar muchas situaciones que deberían preocuparnos seriamente.
Entre ellas, la fragilidad institucional de la República, la voraz intención de los que a través de la política accedieron a cargos en el Estado y desean seguir hasta el fin de sus días en ellos, con sus privilegios pagados por el resto de los ciudadanos. Y no me refiero exclusivamente a Cartes, al que seguro mueven otras motivaciones también, sino a quienes, colgados de la chaqueta del presidente, se embarcaron con entusiasmo al proyecto pro enmienda.
Sumemos la peligrosa podredumbre de la Policía Nacional; el oportunismo de la mayoría de los dirigentes que no tienen empacho en pasarse a la vereda de enfrente, renunciar a sus principios y a los de su agrupación política, y pisotear su propia trayectoria. Aparecieron demasiados “lobos vestidos de cordero” en este nuevo capítulo de la accidentado acontecer de la política moderna paraguaya.
Merece especial atención la prevalente actitud de querer resolver las diferencias políticas echando mano a la famosa aplanadora. Esta vez, llevó tiempo, y quién sabe qué más, configurarla en el Congreso. Se unieron temporalmente históricos enemigos para formar una mayoría coyuntural y arrasar, como un tornado, con todo cuanto se le oponía al paso, obviando todos los principios.
Esta forma de actuar se da en las cooperativas, los clubes, los centros de estudiantes o comisiones vecinales, cuando se busca imponer algo, aunque haya amplia resistencia, lo que delata la débil cultura democrática del Paraguay.
Este es un asunto que debería tomarse con seriedad y sobre el que hay que trabajar incansablemente.
Mientras se recogen los múltiples fragmentos, y se reconstruye lo reparable, hay un compromiso que hay que empezar a promover: la reforma de la Constitución. Pero que esta se de en los primeros meses del nuevo gobierno que surja en el 2018, en un tiempo aséptico de electoralismo, y solo entonces decidir, entre tantos cambios que hay que incorporar a la Carta Magna, si incluimos la reelección.