“Un hombre enfermo que se desplazaba en ómnibus hasta un hospital de Concepción falleció en el trayecto. Como no contaba con G. 300.000 para pagar el servicio de ambulancia tuvo que optar por el transporte público, pero no soportó el viaje”. Indignante y doloroso. Escandaloso. Tal era la información que publicaban los medios esta semana, y que ponía en evidencia, una vez más, la precaria realidad de la salud en nuestro país.
Tristemente es común que los hospitales públicos no cuenten con medicamentos, materiales básicos y cama; que sea imposible acceder a una tomografía o radiografía porque el único equipo existente está descompuesto y no se sabe cuándo lo repararán.
Sin salud no existe avance ni desarrollo de un país. Y esto hay que tomarlo en serio. Con una población expuesta a la enfermedad y la muerte es imposible avanzar. Los diferentes gobiernos de turno nunca tomaron al toro por las astas, en lo referente a este campo tan sensible para la población, especialmente para aquella más vulnerable que no cuenta con recursos para un seguro médico privado; un negocio de grandes proporciones, que se potencia gracias a la desidia y complicidad del Estado y sus políticos.
En Paraguay se requieren políticas agresivas para modificar la crítica situación de la salud. Esto implica más recursos (créditos o fondos de las binacionales), para la ampliación de los hospitales públicos, el mejoramiento de su equipamiento y la aplicación de un programa de abastecimiento; una política a mediano y largo plazo para la formación y contratación de personal de blanco; la creación de fondos para el apoyo de enfermedades graves y costosas; el fortalecimiento de los bancos de sangre y de donaciones de órganos; la descentralización del sistema, entre otros tantos puntos.
Paraguay, con un 11,2%, sigue siendo uno de los países que menos invierten en el gasto social, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), mientras que Argentina, Brasil y Uruguay llegan al 27,8%.
Hasta el cansancio debemos insistir –y exigir– en la necesidad de invertir tiempo, recursos humanos y financieros para ampliar la cobertura sanitaria y facilitar el acceso a los servicios. Miles de muertes pueden ser evitadas. La salud ya no puede considerarse un problema secundario, como siempre termina siéndolo para quienes ocupan la silla en el Palacio de López.
Y hablar de salud implica combatir la pobreza, al tiempo de fortalecer la educación de los padres de familia, pues los principales problemas en este campo corresponden a patologías ligadas a la falta de agua potable, el hacinamiento y la mala alimentación, así como carencias de vacunas, poca higiene, inasistencia a controles médicos.
La salud de cada persona constituye un bien humano y social. ¡Cuánto hace falta que las autoridades sientan en carne propia las necesidades de tanta gente en los hospitales, para que tomen conciencia de la urgencia y gravedad! Y aquí los responsables son tanto el Estado como aquel empresario que elude el pago de IPS de sus trabajadores. Mejorar el sistema de salud sigue siendo un tema pendiente, uno que llena de dolor el presente y que cada día deja un tendal de víctimas que claman justicia, y que, tarde o temprano, demandarán a quienes corresponda.