19 abr. 2024

Necrológica tres. Eco

Por Sergio Cáceres Mercado caceres.sergio@gmail.com

caceres, sergio

Así titula Gianni Vattimo, en su autobiografía, el breve capítulo que dedica a Umberto Eco. El filósofo afirmaba que no podría hacer una necrológica del semiólogo porque aseguraba que él (Eco) viviría más. Pues se equivocó. Seguramente hoy más de un periódico italiano estará difundiendo las palabras elogiosas de uno para el otro.

“Me ha enseñado un montón de cosas, principalmente chistes. Tengo un repertorio de chistes que sería la envidia de Berlusconi. Pero, ¿por qué? Porque siempre me he relacionado con Eco”. Este último era mayor que aquél y le ayudó en Filosofía Medieval cuando Vattimo estudiaba en la universidad y Eco ya era conocido por su experticia en dicha área. Fueron años en que Milán los cobijó por un tiempo.

Ambos tuvieron a un maestro común: el especialista en estética Luigi Pareyson. El carácter de Eco lo volvió independiente del maestro enseguida. Pareyson, dolido, lamentaba que ni siquiera una postal navideña le enviase su querido ex alumno. Vattimo sabía que esto era imposible. Eco era incapaz de tales actos.

Eco y Vattimo se volvieron autoridades en teoría del arte, pero con enfoques distintos. Eco era “el tomista empedernido”. “Ha habido recientemente algunas polémicas con él, pullas, cosas de periódicos, sin importancia. Mi afecto, mi amistad y la admiración que siento por él son realmente grandes”. Una de esas cosas de periódicos se publicó en Correo Semanal de Última Hora. Discutían sobre uno de los puntos centrales que rige la polémica de la modernidad versus posmodernidad.

Vattimo vaticinaba que el próximo Nobel italiano, una vez pasado el prudente tiempo desde Dario Fo, sería para Eco o para Claudio Magris. Su preferencia iba para su amigo, aunque sabía que cualquiera fuese el ganador, al otro le rechinarían los dientes. También se equivocó en esto. Las novelas y cientos de magníficos ensayos no le alcanzaron a su amigo para ganar el premio por Italia. Es muy seguro que el piamontés murió sin que jamás le perturbase tal idea.

Eco era soberbio. “Si no se comportara tanto como un monumento sería mejor, pero nadie es perfecto”, afirma el filósofo. Sin embargo, de alguna manera reconocía que tal soberbia provenía de su monumental intelecto. “Umberto es la única persona a quien no envidio que sea más inteligente que yo”, consignaba con cierto humor.

La inusual vida de estos académicos trotamundos está bien descrita en este pasaje: “En Italia apenas nos vemos, los dos disponemos de poquísimo tiempo. Nos encontramos algunas veces en Nueva York, donde tenemos más tiempo libre, y entonces damos largos paseos y mantenemos intensas discusiones y charlas en piamontés, porque Eco es de Alejandría y le gusta mucho.”

Vattimo escribió estas líneas en 2006. No sé qué afirmó ahora con la muerte de su amigo. Pero quizá dijo lo mismo que aquella vez: “Desde siempre lo considero un viejo amigo que ha sido también una especie de compañero mayor o de vicemaestro.” Un grande a otro grande.

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