Cada año el paraguayo muestra su gran corazón. Cada año los compatriotas ayudan a los inundados. Cada año la solidaridad de un país se pone a prueba. Cada año, Paraguay sale a flote...
¡Pamplinas!
Cada año lo que hacemos es tapar con asistencialismo y caridad de beata pueblerina la incompetencia de nuestras autoridades, la pusilanimidad de los afectados y la complacencia cómoda del resto. Cada año lo que hacemos es institucionalizar la mediocridad, la manipulación política, el cortoplacismo y el conformismo más ruines.
Para paliar las inundaciones y mitigar el dolor de miles de compatriotas no necesitamos chapas, colchones, medio kilo de galleta y un kilo de yerba. Necesitamos obras. Lisa y llanamente lo que hace falta es construir muros protectores, sistemas hídricos y canales para que el agua –que en cualquier país del mundo es vista como una bendición– deje de ser vista como una condena inexorable e inevitable.
La tecnología avanzó tanto que en lo único en que la meteorología dejó de ser algo más o menos mágico y pasó a convertirse en ciencia real y eficiente es la medición de los cauces hídricos. En el resto, a veces aciertan, a veces no.
En esas circunstancias, en el país tenemos la capacidad para predecir con cierta antelación el comportamiento de nuestros ríos.
Pese a ello, a las instituciones les toma más o menos de sorpresa la crecida. Si la desdicha viene acompañada por una temporada de lluvias algo rigurosa, es la catástrofe en bote. En el Congreso los intendentes ruegan por urgentes partidas presupuestarias extras. La Secretaría de Emergencia mueve como tortuga arteriosclerótica su estructura. El presidente, llevando de la mano a su delfín, promete obras que fueron prometidas por todas las autoridades desde la Independencia hasta acá.
Nos quejamos de la corrupción, la inutilidad y la falta de previsión de nuestras autoridades como si fuera que ellos viven en una dimensión paralela y nosotros estamos imposibilitados de ejercer cualquier acción para mitigar, corregir o eliminar sus muestras de incapacidad.
El problema es que nos conformamos con los espejitos de los demiurgos de turno. Y todos estamos felices: unos con sus votos, otros con sus chapas nuevas y el resto con su conciencia tranquila.
Y así vamos sumando un eslabón más en la larga cadena de torpezas e intereses creados que nos mantienen hundidos en el fango de la mediocridad y la pasividad, de las cuales sacan pingües ganancias los que deberían pensar cómo librarnos de ellas.