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Antonio Marín (17 años), ríe, disfruta y goza jugando al fútbol. Entrena, se fatiga, acumula largas horas de soledad y de concentraciones; y muchas veces se entristece, pero todo lo aguanta para salir adelante.
Pese a su juventud, desde hace cuatro años, toda esa carga física, mental, emocional le mantiene aferrado a sus sueños, que aparte de los personales, incluyen a la familia y en especial a doña Matilde Colmán de Marín (su madre).
Lejos de ella. Hoy es justamente el Día de la Madre y como los años anteriores, no podrá compartir con su mamá. “La Semana Santa vino a pasar conmigo unos días, ya que no pude ir y me trajo chipa que ella hizo”, señaló con la humildad e inocencia que emana en cada palabra, este jugador que en la cancha es toda una fiera, que en base a fortaleza, habilidad y goles enloquece a sus rivales y fuera de ella es apenas un adolescente, casi un niño todavía.
Suspira y agrega: “Y para el Día de la Madre, lastimosamente no voy a poder ir, como casi todos los años. Solo le mandaré desde acá para su regalito, como siempre hago”. “Es muy sacrificado el fútbol”, reflexiona.
Vivir juntos. Antonio anhela vivir nuevamente con su madre y cuando pueda adquirir una vivienda, pretende plantear a doña Matilde dejar su tierra natal: “Es uno de mis planes, dependerá de ella nada más, si acepta o no. Aunque seguro le costará mucho dejar sus raíces. Si decide no venir, de igual manera uno de mis objetivos, es construir una casa para la familia en Concepción”, dijo.
Algo que lamenta Marín, es que su madre aún no la vio jugar en vivo con la casaca de Guaraní. “Todavía no pudo venir a verme jugar”, expresó el aurinegro, que todo lo que percibe en concepto de salarios y premios envía a la familia.