Un conocido del encarcelado señor Pavão, tal vez amigo, aunque esta palabra implica la vivencia de un humanismo que no vemos en el narcotráfico, fue asesinado a tiros en plena capital. Con él su hijo, la víctima más difícil de catalogar desde cualquier óptica, porque quizás es una de las únicas víctimas más reales e inocentes de todo este sistema de violencia. ¿Qué significado tiene todo esto?
En una dimensión política apuntamos a las autoridades y en plena campaña electoral los análisis se tiñen de una vehemencia que ensombrece otro aspecto menos fácil de asumir. ¿Qué vela tenemos los paraguayos de a pie en este entierro?
Desde hace un tiempo nos cuesta elegir gente que dirija nuestros asuntos de bien común en la política, pero no solo elegir, sino también generarla, gente bien formada, capaz, pero a la vez con un sentido de pertenencia a nuestra nación y con un perfil moral aceptable. Ante la falta de referentes caemos con facilidad en manos de los todólogos que tratan de darnos parches explicativos que alejen la angustia y el dolor de nuestra zona de confort.
El otro, siempre el otro, parece la raíz del mal y nos gustaría simplificar la solución extirpándolo de en medio para así sentirnos seguros en nuestra autopercepción idealizada. Pero el mal está penetrando fuertemente el tejido moral de todita la sociedad desde hace mucho tiempo: universidades, medios de prensa, iglesia, poderes del Estado, grupos sociales de toda índole.
La violencia a veces hasta se engalana de una pinturita externa de seudojusticia o ¿acaso “los ajustes de cuenta” no son también actos considerados por sus autores como de justicia sobre la base de una moral en la que no hay una tarea personal de autocrítica?
Aquí el relativismo moral nos hace su peor jugada porque reduce los análisis a las simples subjetividades y nos somete de nuevo a la ley del más fuerte, del que hace valer sus criterios solo o en patota, sin buscar la verdad objetiva de las cosas porque, de hecho, prejuzga que esta no existe.
Pero si estiramos el hilo del ovillo de esta situación veremos que es más largo de lo que aparenta. Tiene que ver con los reduccionismos que niegan al ser humano hasta su misma naturaleza, la cual supera la simple dimensión material de la realidad. El materialismo niega la libertad y por tanto reduce la responsabilidad a simples respuestas automatizadas a normas dirigidas por el Poder de turno.
Y, sin embargo, el mismo deseo de justicia y el reclamo de sentido del corazón ante la violencia es una prueba de que existe una tarea personal ineludible, si en verdad queremos sanar de la violencia.