Su retrato pasará ahora a formar parte de forma precoz de la galería de presidentes del palacio de Planalto, al lado del de Lula, su antecesor y mentor político. “No esperen de mí el silencio de los cobardes”, lanzó Dilma seria y combativa, al encarar su defensa con la cabeza erguida ante los senadores que la juzgaron y condenaron.
Fue la misma cara desafiante con la que enfrentó un tribunal militar hace 46 años, cuando fue condenada por guerrillera. Una fotografía en blanco y negro es testimonio de aquellos tiempos, en los que fue torturada. “No puedo dejar de sentir en la boca, nuevamente, el sabor áspero y amargo de la injusticia”, lanzó esta mujer. Aunque en este caso, “no hubo prisión ilegal, no hubo tortura y este jurado llegó aquí con el mismo voto popular que me condujo a la presidencia”, dijo. Acusada de maquillar las cuentas públicas para esconder el caos económico en el que está Brasil, Rousseff aseguró su inocencia hasta el final. AFP