Por Silvana Molina / Fotos: Javier Valdez
ESCENA 1. Interior. Sala de una casa de clase media, en el barrio Sajonia de Asunción. Juan Carlos (5), un niño menudo de cabello enrulado, reacciona con alegría al abrir un regalo que acaba de recibir y se pone a jugar con él, ensimismado. Su madre, modista, y su padre, contador, lo observan complacidos.
- ¿Qué recordás de tu infancia?
- Tuve una niñez muy feliz, plagada de juegos, incentivados por mi mamá, porque ella decía que a través de ellos nace la creatividad. Tenía un grupo de amigos con los que jugaba todo el día en la calle: descanso, tuka’e, etcétera. Para los deportes era muy malo. Jugaba fútbol, pero me acuerdo hasta ahora que mis compañeros se burlaban porque yo era pésimo con la pelota, y sufría por eso, pero igual jugaba. En defensa.
- ¿Y cómo llega el cine a tu vida?
- A través de mi papá, que amaba el cine y me lo mostró desde su punto de vista. Él tenía un proyector de 16 mm y todos los fines de semana veíamos películas en la casa de mi tío. Cuando cumplí 5 años, él me hizo un regalo que me marcó: era un proyector de lata que se llamaba Cine Graf, un juguete, pero proyectaba películas (que no eran más que tiras de papel transparente con escenas impresas, una especie de historieta cuadro por cuadro). Lo que a mí me gustaba era que yo mismo podía dibujar los cuadros de la historia en el papel sulfito y proyectarla. Y hasta ahora tengo una película que dibujé cuando tenía seis años. Entonces, desde que tengo uso de razón, el cine siempre estuvo entre mis juegos.
- Y con el Cineclub fue tomando más forma...
- Sí, ese fue el otro elemento que incidió muchísimo en lo que soy hoy: el Cineclub que se abrió en el colegio Cristo Rey, incentivado por el padre Montero Tirado. Había un plan que se llamaba DENI (de niños). Y como a mí siempre me gustó el cine, desde los siete años ya entré a formar parte de ese programa. Y fui muy feliz, porque ahí mis juegos ya se convirtieron en algo más concreto.
Yo no poseía cámara, pero como los profesores me tenían mucha confianza, me prestaban una los fines de semana y yo grababa cosas con mi hermana Mirta (un año mayor que él). Ella y mis vecinos actuaban en mis películas. El Cineclub me dio elementos claves que me sirvieron siempre. Ahí entendí esa lógica de que cada instrumento que utiliza el director sirve para contar una historia. Y eso fue contundente.
- ¿A qué edad hiciste tu primera película?
- A los 11 hice mi primer corto. Se llamaba La Indiferencia. Era difícil porque en ese momento no había video, no había nada, solamente Super8. Con eso filmábamos, y el rollito se revelaba en Alemania, entonces tardaba casi tres meses. Imaginate, nosotros filmábamos y varios meses después recién veíamos el resultado. Y a veces se velaba la película o la cargábamos mal, entonces no salía nada.
ENCUADRE DIFÍCIL
ESCENA 2.
Exterior. Vereda de la casa de la familia Maneglia. Una mujer, vecina del barrio, golpea la puerta con apuro y cara de asustada. Le abre la dueña de casa. A su lado, un niño, su hijo Juanca, trata de escuchar lo que la recién llegada le cuchichea a su madre.
- Tu niñez transcurrió durante la época de Stroessner. ¿Hubo algo que te haya hecho sentir de cerca que vivías en una dictadura?
- Mi abuelo materno era febrerista y estuvo 22 veces preso. Yo recuerdo que cuando él desaparecía, mi mamá, desesperada, se iba a recorrer comisarías buscándolo, porque era un preso político. Incluso me daba cuenta de que muchas veces fue torturado, porque la ropa de él, que le entregaban a mi mamá en la comisaría, estaba manchada de sangre.
Un día vino una vecina a nuestra casa y nos avisó que la policía estaba a dos cuadras de ahí, haciendo sus famosas redadas. Mamá y yo estábamos solos, y teníamos una bolsa que nos había enviado mi abuela, con cosas de mi abuelo, que en ese momento eran consideradas subversivas. Entonces ella, asustada, me pregunta: ‘Juan, ¿qué vamos a hacer?’. Yo le dije: ‘Vamos a quemar’. Y me contestó que no, que iba a ser peor porque iban a sentir el olor a quemado. Entonces me dijo: ‘Ya sé, vamos a enterrar’. Metimos todo en varias bolsas, tomamos una pala, hicimos un pozo y las enterramos. Una hora y pico después llegó la policía y mi mamá estaba regando las plantas en ese lugar. Nadie sospechó nada.
- ¿Y cómo transcurrió tu juventud en ese ambiente?
- Yo estudié Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica. Y me acuerdo hasta ahora de todas las manifestaciones en las que participábamos con mis compañeros, todos los conciertos a los que íbamos para apoyar, para soñar con un país democrático, libre, soberano. Eso me dio una mirada crítica ante lo que pasaba.
Un recuerdo muy lindo que tengo es que, cuando cayó Stroessner, mi abuelo me hizo llamar y me dijo: ‘Juan, te quiero hacer un regalo’. Entonces puso su mano debajo de la mesa y despegó un disco de vinilo que me entregó: ahí estaban grabadas las voces de los estadistas más importantes del mundo. Hasta ahora lo tengo, y para mí posee un valor enorme.
FLASHBACK
ESCENA 3. Interior. Comedor de la casa de los Maneglia. Toda la familia sentada alrededor de una mesa donde está servido el almuerzo. Mientras comen, Juanca (11) conversa con su padre. Su madre y su hermana escuchan atentamente.
HIJO: El cine es lo que a mí me gusta. Yo no quiero hacer otra cosa en mi vida.
PADRE: Estás loco. En este país eso es como querer ser astronauta. Vas a tener que estudiar una profesión para poder tener tu hobby de ver películas.
(Juanca lo mira con cara de incredulidad).
- Querías dedicarte al cine, ¿por qué seguiste Ciencias de la Comunicación?
- Porque en ese momento no había un lugar donde pudiera estudiar esa carrera. Y todas las profesiones consideradas serias, como Arquitectura, Medicina o Derecho, estaban muy alejadas de lo que a mí me gustaba. Entonces encontré que en Ciencias de la Comunicación había al menos una materia, que se llamaba Crítica de Cine. Y dije: ‘Dios mío, acá por lo menos hay algo que tiene que ver con el cine. Voy a estudiar esto’.
Sin embargo, el deseo de hacer del séptimo arte una profesión seguía latente en él. “Yo siempre decía: alguna vez quiero estudiar cine en serio, como una carrera. Pero no sabía ni dónde ni cómo”. Hasta que una vez, durante una pasantía que hizo en una productora de Ecuador, lo llevaron a una función de estudiantes de cine. Fue entonces que se enteró de que en San Antonio de los Baños, Cuba, existía una escuela internacional de cine, donde cada año becaban a dos personas de países del tercer mundo.
“Yo ahí enloquecí. Decidí que quería estudiar cine en ese lugar, porque me encantaba lo que hacían. Y durante mucho tiempo envié mi currículum y mis trabajos, esperando que me dieran la beca. Recién después de dos años –lo recuerdo como si fuera hoy– recibí un telegrama donde me informaban que tenía una beca, pero era para un curso de dos meses sobre Teoría y Práctica del Documental Político. Aunque el tema no me interesaba mucho, me dije: ‘Es mi oportunidad’, y me fui. Eso me abrió el mundo a gente que, como yo, soñaba con hacer cine y que tenía una mirada distinta”.
- ¿Alguna vez sentiste miedo de llevar adelante una idea por temor al fracaso?
- Cuando sos adolescente no le tenés miedo a nada, incluso emprendés un proyecto sin ser conciente de lo enorme que puede llegar a ser. Yo tenía 17 cuando empecé a hacer un largometraje que nunca terminé. Se llamaba Casa de brujas, era una película de terror. En ese momento, por ejemplo, no era para nada consciente de los riesgos ni de las dificultades ni de nada. Y por eso, al filmar una escena en la que se quemaban unas cortinas, casi incendiamos con Carlos Spatuzza la casa de mi abuela. A esa edad no sos consciente absolutamente de nada, pero tu entusiasmo y tus ganas de hacer algo y de contar una historia superan todo, entonces lo hacés nomás.
Cuando crecés empezás a ponerte más límites, a ser más cuidadoso. A veces tiene su lado positivo también, de prepararte más. Pero lo que a mí todavía me sigue ocurriendo es que todos mis miedos desaparecen en el momento en que yo pienso: ‘Qué interesante es esta manera de contar la historia’.
LA HORA DEL RODAJE
ESCENA 4. Exterior. Un set de filmación. Mucha gente moviéndose de un lado a otro: técnicos, actores, extras. Juan Carlos (50), con barba semicrecida y auriculares colgados al cuello, da instrucciones a un asistente antes de pronunciar las palabras mágicas:
- ¡Sonido!- (Alguien grita: ¡Ok!)
- ¡Cámara! (Se escucha otro: ¡Ok!)
- 3, 2, 1... ¡Acción!
- ¿Cuál es la parte que más disfrutás del proceso de hacer una película?
- Primero, la escritura del guión, porque es como que no le ponés límites a nada de lo que soñás y eso es hermoso. Y también disfruto mucho de lo que es el montaje, la edición, porque ahí ya ves que todo eso que se grabó toma forma. Es como que ahí sentís que deja de ser tuyo y ya tiene vida propia.
Filmar me gusta, pero a veces es la etapa más complicada, porque involucra una mayor cantidad de gente, y ahí debés tener todo bien resuelto, bien claro, porque cuanto más tiempo usás, más altos son los costos. La presión en ese momento es muy grande y cuesta manejar todo eso.
- ¿Creés que es posible vivir de la ficción en Paraguay?
- Yo creo que, para que eso sea posible, el cine tendría que ser industria, y para que eso ocurra todavía tenemos que pasar por varias etapas. La primera y la más importante es la aprobación de la Ley de Cine, porque va a permitir contar con los fondos específicos para este arte. Después, la creación del instituto de cine, que sería la entidad que va a manejar esos fondos, para que todo sea claro y transparente. Y también que se tenga un sistema de distribución muy bien manejado, porque hoy, si miramos la realidad paraguaya, de 7 millones de habitantes que somos, solo un millón de personas va al cine cada año, según la última encuesta. En Uruguay, por ejemplo, son 3 millones y al año van 3 millones. Probablemente Paraguay sea uno de los países con el menor porcentaje de personas que va al cine. Y eso es terrible.
- Pero algo está cambiando últimamente...
- Sí, en los últimos tres años casi se duplicó la cantidad de salas de cine y eso me alegra muchísimo. Hace cinco años teníamos solo 25 salas para 7 millones, era una locura. Y es muy difícil soñar con que el cine pueda ser una industria cuando toda la infraestructura es muy limitada, no tenés una ley que te proteja, no existen fondos específicos para cine ni hay un instituto que los reglamente. Porque el único fondo que existe acá, el Fondec, es para todas las artes en general, y el cine es caro.
Entonces, necesitamos varios instrumentos para soñar que en el futuro pueda llegar a ser una industria. Cuesta mucho en un país donde no hay tanta credibilidad en la ficción paraguaya. Pero por suerte ahora eso está cambiando. Como que ya hay una mirada más positiva hacia el hecho de que los paraguayos podemos hacer cosas buenas en ficción. Eso también se debe a que tenemos una gran necesidad de vernos reflejados, de escucharnos, de sentirnos. Porque el cine es un espejo.
- Ahora todas las energías están puestas en Los Buscadores, ¿es así?
- Sí, y estamos muy felices con Tana (Schémbori). A veces nos asusta el tamaño del proyecto, que es gigante, pero por otro lado sentimos que es bueno intentar, probar y crecer. La experiencia de filmar en la Chacarita durante casi tres semanas fue increíble: gente tan respetuosa, tan auténtica, tan libre. Y eso te marca de por vida, son cosas que quedan y te hacen sentir esa esencia nuestra. Imaginate que cuando estábamos filmando ahí, a veces venían personas a traernos serenata o a invitarnos chipa guasu que estaban cocinando. Fue un aprendizaje muy lindo.
- Eligieron un tema bien popular, el de la plata yvyguy...
- Es un tema muy nuestro. Fue muy folclórico aprender cómo trabajan los buscadores de verdad. Esa mezcla de realidad y fantasía, porque ellos te hablan convencidos de ciertos ritos que hay que cumplir antes y durante una búsqueda, y eso me maravilló. Nosotros sentimos que es una película muy popular, pero en realidad eso lo va a decidir el público. Porque solo cuando la película se proyecta podés saber si hace clic con la gente, si se crea esa conexión.
7 Cajas, por ejemplo, tiene millones de errores, miles de momentos que a veces me dan un poco de vergüenza, pero genera esa conexión con la gente que para mí es inexplicable. Y ojalá que esta película encuentre su público. Pero eso es absolutamente impredecible.
- ¿Sentís una presión extra con esta película, teniendo en cuenta que hay una expectativa general que no existía cuando filmaban 7 Cajas?
- Sí, con Tana siempre hablamos de eso, y mi respuesta es que tenemos que tratar de no perder ese lado lúdico, que tenemos que mantener presente la pasión que nos lleva a hacer esto. Esa esencia que te hace preguntarte: '¿Por qué estoy acá?: porque quiero contar una historia que me fascina y quiero hacerlo de la mejor manera’. Decir: ‘Acá está mi motor’. Olvidarse de esa presión y seguir.
Hace unos días, por ejemplo, teníamos que hacer el rodaje de una escena muy complicada de Los Buscadores. Yo llegué al lugar y había como 70 personas. Miré a toda esa gente y dije: ‘Pucha, todos están acá porque creen en vos, en tu proyecto’. Y es un peso muy grande... pero después, cuando empezamos a armar la escena, la presión ya toma dimensión y se convierte en pasión.
PRIMER PLANO
ESCENA 5. Interior. Sala de reuniones de la productora Maneglia-Schémbori. Mesa rectangular de vidrio. En el lado derecho de la mesa, Juan Carlos sentado en una silla revisando unos papeles. A la izquierda, una mujer (Tana) mueve la cabeza negativamente. Empiezan a intercambiar pareceres: ella, con vehemencia; él, con igual pasión, pero con un tono más sereno.
- ¿Sos tímido?
- Siempre fui tímido. Hasta ahora. Soy medio introvertido. Si llego a un lugar, no quiero llamar la atención, sino todo lo contrario, prefiero pasar desapercibido. Pero el carácter como que va mutando a veces de acuerdo a las necesidades.
- Es lo que te ocurre con la docencia, ¿no? Ahí necesariamente tenés que dejar de lado la timidez. ¿Te resultó difícil al principio?
- La verdad, no me costó. Yo a los 14 años ya era profesor del Cineclub y a veces los alumnos tenían casi mi misma edad, pero yo era muy feliz haciendo eso. Ahí enseñé hasta los 21 y después en el IMA (Instituto Municipal de Arte) unos años. Ahora soy profesor en TIA (Taller Integral de Actuación), que es la escuela que tenemos con Tana.
Amo la docencia. Y siempre digo que es más lo que yo aprendo que lo que mis alumnos aprenden. Además, la energía de la gente te alimenta con cosas muy positivas y te da un estímulo maravilloso para seguir.
- El dúo profesional que hacés con Tana es casi emblemático. ¿Cómo se dio eso?
- Hay mucha sinergia, mucha conexión con ella. Desde que la conocí, si yo venía con una idea, ella aportaba mucho. Teníamos distintos pareceres, pero siempre sentíamos que esa idea crecía a partir del aporte de los dos. Y eso es bueno. La primera persona que lee el guión es Tana. Y ella es mi principal crítica. Es tajante y muy sincera, y me hace bien que sea así, porque hace crecer al guión, ese aporte es muy valioso.
- ¿Qué cosas te disgustan de la realidad paraguaya y qué te enorgullece?
- La poca importancia que se la da a la salud y a la educación, que son dos pilares fundamentales. Hace poquito, por ejemplo, estuvimos grabando en una escuela en la Chacarita. En un momento nos sentamos con Tana y un grupo de chicos estaba esperando entrar. Empezaron a preguntar por qué estábamos ahí, qué estábamos haciendo y un montón de cosas. Sentimos que tenían una necesidad enorme de aprender. Y yo digo: es tanto lo que podemos crecer si estos niños tienen los instrumentos para desarrollarse el día de mañana. Eso siempre me pone triste.
Y lo que me enorgullece son nuestros artistas, sobre todo nuestros músicos, nuestros actores, actrices, teatristas, pintores, que pese a que a veces tienen todo en contra, siguen haciendo arte y expresándose. Eso es maravilloso.
- ¿Cómo soñás ver en el futuro al cine nacional?
- Creo que ahora estoy viviendo un momento histórico, prácticamente cada año se están estrenando dos o tres películas paraguayas. Y eso me hace inmensamente feliz, porque es el mejor camino para encontrar nuestra identidad dentro del cine, nuestra manera de contar historias. Y lo que me gustaría es que eso continúe, que cada año crezcamos más, no solamente en cantidad de películas, sino también en encontrar nuestro sello como paraguayos dentro del cine.
Yo creo que estamos en camino y eso me da mucho placer: saber que el cine paraguayo ya existe en los festivales más importantes y que empieza a marcar presencia. Me parece que, de a poquito, estamos encontrando nuestra identidad, dando ese paso que nos llevará a decir: ‘Esto tiene el aroma y el sabor de Paraguay’.
- ¡Corteeen!
Esta película, sin embargo, aún no ha terminado. La historia del cine paraguayo continuará...
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Zoom
Juan Carlos Maneglia se desempeñó durante 14 años como camarógrafo. Fue director de fotografía de las miniseries La Disputa y Ríos de fuego, además del programa de investigación periodística El Ojo. Realizó los guiones de los programas periodísticos Vía libre, El Proceso y El Ojo, y para los largometrajes La Santa, La garganta del diablo, El Peregrino, 7 Cajas y las series González Vs. Bonetti y La Chuchi.
Dirigió una veintena de obras audiovisuales (entre cortos, series televisivas y largometrajes) y fue premiado más de 30 veces, tanto en el país como en el exterior, por sus distintos trabajos en el ámbito de la ficción y los audiovisuales.
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Tras la plata yvyguy
Los Buscadores es el segundo largometraje de Tana Schémbori y Juan Carlos Maneglia. Se enmarca en el género comedia y aventura. Con guión original de Maneglia y colaboración de Mario González Martí, la película cuenta la historia de unos buscadores de plata yvyguy (tesoros enterrados).En el filme –que ya lleva más de un mes de rodaje en 28 diferentes locaciones del país– participa un equipo compuesto por 60 personas, entre actores, vestuaristas, maquilladores, estilistas y técnicos de todas las áreas, además de unos 200 extras. Se estima que se terminará de rodar en unas cuatro semanas. El estreno está previsto para el 2017, pero aún no hay fecha establecida.