16 may. 2025

¿Estadistas o estatistas?

Carolina Cuenca

Vamos caminando ligero hacia las elecciones generales. La política es el tema del momento, pero para muchos hablar de política es sencillamente definir quiénes ostentarán el poder en la administración del Estado en los próximos años. Este es un punto flojo, pues es solo una de las variables a considerar.

Lo que la mayoría de nosotros anhela es que nuestros dirigentes sean patrióticos, es decir, que tengan sentido de pertenencia y manifiesten claramente sus vínculos afectivos hacia el Paraguay.

Aunque los candidatos hacen su intento de transmitir empatía comiendo locro o usando la camiseta de la selección de fútbol, ¿qué parte de su verdadera “filiación con la tierra paterna” hemos logrado dilucidar?

Es interesante, pero no basta con firmar compromisos de respeto hacia la vida, la familia y el bien común. En los actos es donde descubrimos a qué apunta el uso de nuestra inteligencia y voluntad, es decir, en qué se juega nuestra libertad. Este patriotismo para que sea sano debe estar abierto a la innovación, pero la apertura nunca ha de significar un quiebre con lo más humano y sustancial que la tradición de nuestros sacrificados padres nos heredaron.

Por ahora lo que más se ha notado en el discurso de los candidatos, aparte del virulento populismo, es la ansiedad por controlar el Estado y desde el Estado meter mano en la mayor cantidad de temas, instituciones y situaciones de la vida ciudadana posible. La gente, a fuerza, de condicionamientos, parece desear apoyarse cada vez más en esta postura estatista. Gana fuerza, no solo en los candidatos, sino también en la prensa y en ciertos sectores sociales, la confusión entre lo que significa ser estadista patriota y lo que es ser un asfixiante estatista.

La primera acepción tiene, por decir así, una lógica de profunda pertenencia necesaria para tomar decisiones que afecten a la comunidad sin traicionarla; la segunda tiene una lógica de poder que suele terminar en bancarrota.

Es notable porque el que ve al Estado como un fin en sí mismo es capaz de supeditar la ley y la res pública a sus intereses y al sustento del poder a toda costa.

Es verdad, el poder es necesario para gobernar, pero debe ser sujetado con la vivencia personal de las virtudes políticas por excelencia: el apego a la justicia, a la libertad y al bien común. Prudencia y sentido común. Esto es esencial. Pero no se fabrican en una campaña electoral. Hay que fijarse en el antes, hay que hacer lo que un paraguayo de a pie sabe por experiencia: observar la conducta personal, no solo el discurso. Además, debemos madurar lo suficiente para dejar de inventarnos mesianismos con personas de carne y hueso, al contrario, el realismo debe servir de guía más que las utopías o reingenierías sociales.

Si no tenemos la suerte de tener en competencia a los mejores, según estos criterios, busquemos, aun así, emitir el voto a conciencia. El bien mayor para todos y el mal menor. Luego cada uno en comunidad, busca su felicidad, lo más libremente posible.

La democracia nos permite participar y elegir, pero, cuidado, nuestra participación no debe terminar al colocar nuestras papeletas en las urnas. ¿A quiénes conviene una sociedad débil, mal formada, alienada? Creo que a los que miran al Estado como un feudo irrenunciable de su persona, su grupo y su ideología. Si la sociedad y sus grupos primarios (familias, asociaciones, gremios, iglesias, etcétera) crecen en protagonismo, el Estado quedará sujeto a su función de ordenamiento ¡según los valores que la sociedad le impone a fuerza de vivirlos y defenderlos!

No faltan los pescadores de río revuelto ni los silenciosos monjes negros, adictos a la manipulación. No nos dejemos conflictuar ni desesperanzar. Nuestra posibilidad de aportar va más allá de estas elecciones. Y nadie podrá hacer por nosotros ese bien que estamos destinados a forjar con nuestros actos personales. Eso sí, que nadie pueda reprocharnos vender nuestra conciencia ni nuestro voto. El Paraguay lo vale.