Un joven de 18 años muere en una mortal emboscada de vándalos tan o más jóvenes que él. ¿De dónde salen estos jóvenes protagonistas de una tragedia? ¿Del furor del estadio, de la pasión por el fútbol, de la equivocación de la policía que no previó el enfrentamiento de dos barras rivales, de oenegés, de la Fiscalía?... No. Tanto la tragedia como la redención salen de la sociedad civil (civilizadora por excelencia) más vulnerable de nuestro tiempo: la familia.
Es cierto, estamos en tiempos duros para la familia. Valores diluidos, la realidad económica dura, los quiebres matrimoniales, las presiones por demostrar su valía por vías que tergiversan su esencia. Hoy muchos creen que la familia vale si está cómoda, si progresa, si solo da buen ejemplo. Tanto los que la exaltan fuera del mundo, en el altar de los ángeles y no de hombres normales, como los que la dan por perdida como institución obsoleta y violenta y desean cambios sustanciales en su conformación, yerran en el mismo punto, ¡su irrealismo!
Siguiendo con la historia reciente del joven Elías, emboscado y asesinado “porque sí, porque estaba allí y le tocó”, uno se pregunta, ¿qué sentido tiene? Pero en la historia surgen detalles que mejor observados podrían darnos pistas de lo que está en juego aquí.
Bajando de las nubes moralistas que la muestran rodeada de jardines de virtudes impolutas con las que nadie se siente identificado ya, pero subiendo también del pozo negro en el que quieren hundirla los inventores de sociedades tan nuevas y utópicas que no necesiten de la familia natural, la historia de Elías y de su familia concreta nos devuelve a la realidad con un balde de agua fría: “Su hermano, su padre y yo, con el corazón en la mano, perdonamos a la persona que le quitó la vida a Elías Gabriel. Ya no más violencia para nuestros jóvenes”, expresó entre lágrimas la madre en el templo donde se hacía el velatorio. “Quería ser marino y era un chico con vocación de servicio”, dijo su padre. Pero también agregó: “Lo único que le quiero decir al chico que segó la vida de mi hijo es que le perdono de todo corazón”.
¿Quién puede implantar ideología mentirosa o reducir a telenovela esta respuesta tan humana e impactante de dos padres apesadumbrados por la reciente muerte violenta de su hijo? Hay una luz bella de profundidad inconmensurable que nace de esta tragedia. El perdón presente en y desde una familia humana es la fuerza más poderosa del universo. Desde ella, aún en los momentos trágicos de nuestra historia, ¡todos podemos volver a comenzar para bien! Ese es el valor irrenunciable de una familia. Por eso vale la pena promoverla y dejarla ser.