14 may. 2024

El sindicalismo necesario

Por Luis Bareiro

Que trabajes ocho horas diarias y no doce o quince, que tengas derecho a vacaciones pagas y que el Estado esté obligado a garantizarte una jubilación no son una consecuencia de la generosidad de los empleadores ni de la sensibilidad de la clase política; son el resultado de largas luchas sociales de trabajadores organizados que en muchos casos pagaron con sus vidas el sacrilegio de enfrentar al conservadurismo del poder.

Hoy puede parecer una locura, pero cuando en mayo de 1886 trabajadores anarquistas de los Estados Unidos iniciaron una huelga exigiendo jornadas laborales de no más de ocho horas, periódicos considerados en la actualidad de los más progresistas como el New York Times los trataron de lunáticos y poco patriotas.

Aquella primera gran manifestación terminó con cuatro sindicalistas presos y condenados a muerte. Tres de ellos fueron ahorcados y el último se suicidó en prisión.

Son los mártires del noventa y nueve por ciento de la población mundial en edad de trabajar que es empleada y cuya condición laboral estaría sujeta exclusivamente a la buena o a la mala voluntad de sus empleadores si no existieran hoy reglamentos, leyes y artículos constitucionales que intentan equilibrar la balanza a la hora de negociar un contrato de trabajo.

Por eso es bueno recordar siempre que un país jamás podrá construir una verdadera democracia sin sindicatos. En los países económica y socialmente desarrollados los sindicatos son instituciones tan importantes como el Poder Judicial o el Congreso. Los sindicatos son las herramientas de negociación de los trabajadores para conquistar mejores condiciones laborales.

En un país desarrollado los salarios no dependen de un salario mínimo legal fijado por el Estado. Eso apenas es el piso de cualquier negociación. La gran mayoría de los salarios de los obreros se negocian a través de los sindicatos.

Por eso es más que saludable que la huelga del miércoles haya generado una oportunidad para rescatar al sindicalismo paraguayo del ostracismo en el que su propia corrupción interna le sumió. No solo es bueno que los trabajadores organizados tengan un espacio en las mesas de negociación donde se definen políticas públicas, es absolutamente imprescindible.

No serán los mejores representantes sindicales, pero convengamos en que tampoco son los mejores los que tenemos en el Congreso, ni han sido los mejores a quienes encumbramos en Palacio de Gobierno. Son lo que hay, un reflejo de lo que somos como sociedad, mal que nos pese.

Como sea, celebro que hoy el sindicalismo tenga su espacio, y celebro el cambio de actitud del presidente Cartes. Gobernar no es administrar una empresa. Cartes es el presidente de los de la UIP, la Feprinco y la Rural, pero también de los de las organizaciones campesinas y las centrales obreras.

Aldo Snead es tan mandante suyo como Eduardo Felippo.

Y es muy saludable que hoy les preste oídos a ambos.

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