24 abr. 2024

El duro arte de ser peatón

Por Arnaldo Alegre

“El peatón es un ciudadano de tercera clase”. En estos términos explica el brasileño Eduardo Vasconcellos –ingeniero civil, sociólogo, doctor en Ciencias Políticas y especialista en transporte urbano– la realidad de lo que se vive diariamente en las calles de la región.

En una entrevista con el diario argentino Página 12, el experto sostiene que el crecimiento urbano que se da es desordenado por su rapidez y la flaqueza de los valores democráticos y ciudadanos. “Eso significa que... hay mucha injusticia en el uso de los recursos públicos, como las calles, las veredas y el transporte, con una población muy pobre, con mucha gente que no tiene poder político para defender sus intereses”.

Y agrega: “Nuestras grandes ciudades están creciendo mucho, tomando su movilidad de una manera muy contraria a la equidad y la sustentabilidad... y va a empeorar”.

Critica también que se gasten muchos recursos públicos para garantizar el transporte de la gente que va con movilidad propia y considera “bárbaro” que se diseñen las políticas públicas, teniendo en cuenta la cantidad de vehículos que circulan y no el número de gente que se transporta.

Específicamente, respecto a los peatones, apunta que son los que más sufren, pues no tienen casi ninguna consideración en las políticas de movilidad. “En casi cualquier ciudad de Latinoamérica las veredas son muy malas, inseguras, llenas de huecos, sin señalizaciones”, añade.

Resalta también que el transporte público tiene que soportar el uso abusivo de los autos que llevan menos gente y ocupan más espacio. Plantea como soluciones que se hagan las acciones públicas con base en la cantidad de personas que se mueven y que se respete a los más indefensos: peatones y ciclistas. Sostiene, por último, que el uso del auto debe ser considerado un privilegio, no un derecho; es decir, el que quiere andar como dueño de la calle, fumando un puro y dulcemente acompañado, debe pagar.

Desconozco si Vasconcellos sabe de nuestra realidad, pero de conocerla le hubiera agarrado un soponcio.

Se hacen autopistas y se las habilitan a lo loco afectando a los peatones; estos, ni cortos ni perezosos, tratan de que esa autopista se convierta en avenida –frustrando todo el proyecto–, anteponiendo sus intereses particulares a los generales. Algunos empresarios exitosos denostan las obras por todos sus medios simplemente porque no les convienen. Se expulsa a la población a la periferia, dejándola sin transporte y exponiéndola a la marginalidad. En síntesis, se crece alocadamente y nadie pone orden.

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