Suman algunas noticias esta semana alrededor nuestro que, me parece, tienen puntos en común que deberíamos analizar con más seriedad...
¿Saben, amigos? No faltó quién justificara los atentados yihadistas de Barcelona a la población civil inocente, por tratarse, decían, de un “mensaje desesperado a Occidente” por la “impotencia” que sienten en sus países de origen.
En Chile, el Estado enlutó a ese país al aprobar por ley el asesinato impune de niños por nacer y en ese mismo país se supo de la internación en un hospital siquiátrico de uno de los mineros rescatados en el 2010 del derrumbe que afectó a 33 compañeros, después de estar 70 días atrapados bajo los escombros. Estos hechos han dado que hablar sobre las afecciones síquicas que sufre cada vez más gente: ¿cuántas personas a nuestro alrededor sobre las que no se les ha derrumbado una mina, pero sí viven con síntomas de deterioro sicológico? Proliferan la ansiedad, la angustia, la depresión, las fragmentaciones de la personalidad, la violencia sistemática y la falta de un sano sentido de realismo para buscar ayuda y apostar por un cambio. Imaginen lo que significa que un pedófilo abusaba de su propia hija menor y compartía en las redes sus patrañas... Algo grave pasa.
Un miembro de la comunidad menonita, tras el último secuestro del EPP a un conciudadano, hizo un gesto ante la prensa que vale más que mil palabras. Fue ese famoso “che kuerái” no verbalizado, pero que los paraguayos entendemos perfectamente.
Y así, en medio de los rituales típicos de estas fechas preelectorales, los pedidos al Estado, las componendas políticas, las distracciones, ¡y hasta el loco viento de agosto!, como un kupi’i nos atacan bichos morales que deterioran nuestras bases institucionales: la familia, el matrimonio, la escuela, el Estado y, por supuesto, el bien común.
El materialismo nos niega la posibilidad de trascendernos y todo el mundo termina explicando la crisis con estadísticas y racionalizaciones simplistas que no alcanzan. Nuestras referencias decrecen, se silencian, y vemos a cada vez más personas desarmadas para enfrentar los bombardeos insanos de la corrupción, el consumismo, la ideologización de las luchas sociales, la supermediatización de la estupidez.
En algún punto, vamos a tener que pararnos de cara a esta realidad y enfrentar el dilema que en el fondo es el más antiguo del mundo, planteado por el Salmo 1 de la Biblia: los dos caminos. O nos volvemos unos cínicos todos y adoptamos el discurso hegemónico que nos entierra en vida bajo los escombros del pensamiento único dominante y manipulador de las conciencias, o hacemos uso del bien tan preciado de la libertad para desenterrar todo lo bueno, bello, verdadero que nos humaniza, e intentar vivir en aquel estado de la conciencia indispensable para la vida feliz llamada virtud.
Los paraguayos no tenemos excusa porque esta experiencia humanizadora está en las raíces mismas de nuestra cultura.