Un rastreo periodístico de nuestro diario permitió detectar la calamitosa situación de las bibliotecas de algunas escuelas y colegios públicos. Sin libros, sobreviven gracias a donaciones de empresas, editoriales, ex alumnos y personas sensibles a la relevancia vital de la lectura en la formación de niños, adolescentes y jóvenes.
A partir de ese dato, mirando a nivel general, el panorama no es muy diferente. Y en algunos casos llega a su extremo más dramático y desolador: hay instituciones de enseñanza que carecen de biblioteca.
Si los sitios que constituyen los espacios naturales para contar con disponibilidad de textos de lectura sufren de déficit de materiales, no cuentan con espacios físicos y carecen de fondos para la adquisición de textos, es casi inútil pensar que los intendentes municipales y los gobernadores –salvo excepciones– vayan a ocuparse de una tarea tan esencial para el desarrollo integral de las comunidades. Muchos lo ignoran por completo.
El relegamiento de un bien comunitario a lo mínimo y encima deficiente cuando no a su inexistencia, responde a factores políticos, culturales y económicos. Los que ejercen el poder lo han soslayado porque la lectura despierta la conciencia crítica de los ciudadanos que se vuelven más exigentes con quienes han recibido el mandato de trabajar por el bien común.
Aun cuando la democracia haya permitido avanzar en los niveles de conciencia acerca de varios aspectos de la vida colectiva, todavía hay sectores descuidados y poco menos que olvidados. Lo que atañe a las bibliotecas públicas y sus implicancias sociales es uno de ellos.
Es urgente, entonces, echar una mirada a esta realidad y pensar globalmente en la importancia concreta, pero también simbólica, de contar con bibliotecas públicas y privadas al servicio de las comunidades. Se lo debe hacer desde la perspectiva del presente conservando el modelo tradicional de un local con estantes y libros, pero con el indispensable añadido de la disponibilidad de computadores e internet para acceder a las bibliotecas virtuales.
El factor clave, además de la voluntad política, será el económico. El Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) dirá que ni para techos de escuelas cuenta con dinero suficiente. Entonces, es la hora de que estudiantes, docentes, padres de familia y ciudadanos en general recurran a la creatividad.
Una campaña que conciencie a las empresas privadas de que parte de su responsabilidad social puede expresarse en la construcción, equipamiento y provisión de libros puede ser de gran ayuda. El Estado, aun con sus precariedades, y la sociedad civil pueden revertir con éxito el lamentable estado en el que hoy se encuentra la posibilidad de apoyar el conocimiento a través de la lectura.