El onanismo saltó en boca de un acorralado y nervioso Cartes, que está herido políticamente de muerte, y salió al ruedo al todo o nada incurriendo en vulgaridades y bajezas. Sus cercanas colaboradoras tampoco lo ayudaron mucho con sus referencias a sus colitas y su condición de perritas.
Los zafios están con todo entre nosotros mostrando su lado tosco, inculto y grosero. Buscan provocar reacciones iguales, que se les responda al mismo nivel y se igualen a ellos que es cuando terminan ganando. Por el otro lado, es un síntoma claro de grave malestar interno porque no es fácil hacer campaña con el sambenito de “significativamente corrupto” colgado del cuello.
El espectáculo de la decadente ópera bufa que tenemos se expresa en la pobreza del lenguaje y la reacción que genera de sus adherentes. Lo vimos algunos que tenemos algo de memoria con la militancia colorada antes del golpe de 1989 y entre los adherentes de Oviedo diez años después.
El py’a ro (malestar interno) se evidencia en el lenguaje y por ahí van las imprecaciones de los zafios. Ya no tienen conciencia de lo que afirman porque saben lo que les espera. No lo hacen de forma razonada porque han perdido la vergüenza y saben que la tragedia está cerca. No quieren que pase, pero hacen todo lo posible para que ocurra. Los griegos reconocían en las palabras el destino de sus protagonistas.
La grosería es el primer y claro signo de la derrota. Sobre la desesperación surgen los insultos y los agravios. Lo lamentable es que muchos creen en ellos y suelen acabar siendo víctimas de la violencia física que siempre, siempre... va precedida de la limitada expresión verbal. No es una cuestión menor en un país arrasado en sus instituciones de justicia que no podrán resistir los embates que vengan como consecuencia.
Los zafios pueden parecer inofensivos y generar divertimentos entre algunos, pero claramente representan la posibilidad de que dirimamos conflictos por la vía violenta. La incomprensión y la incapacidad de rebatir ideas y argumentos suelen buscar primero en los agravios y luego en los ataques físicos su forma de legitimación.
La política paraguaya tiene muchos ejemplos de esto y querer disminuir su trascendencia nos puede llevar a repetir nuestras trágicas experiencias. El deseo de inmolarse antes que entregarse o renunciar suele aparecer con frecuencia en las tragedias griegas y, por lo general, acaban siempre muy mal.
Los zafios no deben generar apoyos, sino por el contrario deben ser rechazados y condenados porque resultan elementos nocivos a la salud de nuestra democracia en su conjunto.
Primero siempre vino la palabra en forma de amenaza, luego la obscena manera de atacar y cuando todo estaba perdido llegó la parca. Debemos evitar volver a nuestro escenario de la muerte del que ya deberíamos haber aprendido lo suficiente desde hace mucho tiempo.
Los zafios son la antesala de la muerte. Empiezan como payasos y acaban como sepultureros y víctimas. No hay que lamentar sus agravios, sino condenar sus efectos en una sociedad donde algunos limitados todavía creen que la violencia es la única salida que tenemos ante la desesperación de los hechos.
El Paraguay digno no se merece ningún mártir más.