Lunes 15 de enero. La colega de ÚH Patricia Lima, en su crónica de la recorrida hecha por hospitales del interior del país, nos empieza a desgranar la primera de una serie de historias desgarradoras sobre los padecimientos que sufre la gente del campo cuando se enfrenta a una enfermedad o dolencia. Los dramas tienen nombres y apellidos, fechas, hechos concretos. No son fábulas.
Ese día nos enteramos de que los familiares de los pacientes del Hospital Regional de Concepción deben abonar el uso de las ambulancias públicas si es que desean ser trasladados a Asunción; que, fuera del Área Metropolitana, ningún departamento cuenta con terapia neonatal; que los niños siguen muriendo por falta de una adecuada atención sanitaria. La serie sobre la situación de la salud pública es el auténtico relato de un calvario.
Martes 16, esquina de Mcal. López y Perú, 13.30. Bajo el implacable sol y el inclemente asfalto, que dan una sensación térmica de más de 40 grados, una señora carga un bebé de seis meses. El aspecto de la criatura era escuálido y desfalleciente. Ante el requerimiento de unas monedas, solo atiné a reclamarle el maltrato que estaba sufriendo la criatura. “Mba’e piko ajapóta. Akaruarã ningo (Qué voy a hacer. Tengo que comer)”, me respondió. No atiné a replicarle. En muchos otros semáforos de la Capital esta misma situación se reproducía.
Miércoles 17. Desde la madrugada, imágenes de la televisión muestran crudamente el cuerpecito inerte de un bebé recién nacido, tendido en su cuna con signos de rigor mortis. Su madre, de 17 años, había dado a luz la noche anterior en el baño de su casa de Limpio. El niño murió desangrado y ella hubiese corrido la misma suerte de no ser por sus vecinos. En el momento del alumbramiento se encontraba sola. Era su segundo hijo, y para esta oportunidad nunca concurrió a un centro sanitario. Vive a tan solo 22 kilómetros de la Capital.
Tres escenarios distintos. Tres testimonios de la realidad de un país agonizante que ni la propaganda ni el populismo oficial pueden ocultar. Todos tienen un denominador común: la ignorancia y la miseria. Nos están conduciendo a la total indefensión.
Miro las fotografías, rememoro las imágenes televisivas y recuerdo a esa madre de Mcal. López y Perú. Los rostros son similares, las expresiones son las mismas. No permitamos que la desesperanza nos derrote. No dejemos que se salgan con la suya.