¿Y ahora qué hacemos con ese discurso tan valiente? Eso deben estar preguntándose muchos de los que se sumaron a aquella campaña algo bravucona que fue alentada por algunos líderes políticos, empresariales y de opinión luego de la suspensión del Paraguay del Mercosur y la Unasur. Por cierto, aquellas calcomanías desafiantes que decían “Somos un país digno y soberano” desaparecieron de los autos con la misma velocidad que las de Stroessner luego del golpe de 1989 o las de Oviedo luego del asesinato de Argaña.
Maduro se saca fotos con Cartes y vuelve a ser una persona grata; el Senado “aprueba” la entrada de Venezuela al Mercosur sin mayores cuestionamientos a su ingreso por la misma ventana por la que fuimos defenestrados y ya no se habla de fraude electoral, pues el oficialismo venezolano volvió a ganar las elecciones.
Todo vuelve a la normalidad, pero, ¿qué hacemos con nuestro bello y audaz discurso soberano? Podríamos comenzar por despojarlo de aquellos ribetes chauvinistas que al grito de un sapukái patriotero nos incitaban a enfrentar a la Triple Alianza del siglo XXI. Los que describían una suerte de conjura internacional para aislar al Paraguay evitaban referirse a la verdadera causa del problema. Con la destitución exprés de un gobierno democráticamente electo, el Paraguay podía sostener que no había violado su Constitución, pero no podía convencer a la comunidad internacional que aquello no era un quiebre democrático. Sobre todo, porque no había motivos convincentes para la interrupción del mandato de Lugo. ¿Qué pasó en Curuguaty? Sigue siendo una pregunta sin respuesta.
Aquella aventura política nos llevó a un brutal aislamiento internacional. Los que nos miran desde afuera pueden ser algo hipócritas y oportunistas, pero no se tragan tan fácilmente estas conductas patoteras. La respuesta de los soberanos desenterró el léxico de la guerra fría y llenó de insultos a Cristina, Dilma y Mujica. La esperanza latinoamericana era Capriles. El Mercosur era un muerto viviente. Lo que nos convenía, había sido, era la Alianza del Pacífico. Solos estamos mejor. Ellos, los dueños monopólicos del patriotismo, acusaban de legionarios a quienes llamaban a la sensatez.
Y ahora se dan de narices contra el muro de la realidad. Ajeno a los berridos soberanos, el Mercosur siguió funcionando y aprobó 166 resoluciones y directivas en ausencia de Paraguay. Ahora se percatan de que un país pequeño, mediterráneo y atrasado no tiene futuro sin integración. Ahora quizás empiecen a entender que soberanía, la de verdad, es tener un Estado que no abandona en la miseria a uno de cada tres de sus habitantes, que no se deja manejar por claques mafiosas y que respeta las normas de convivencia del mundo democrático. El otro discurso soberano es tan falso que bastó un soplo de pragmatismo para que se extinguiera en melancólico silencio.