En Quito, el epicentro de unas protestas que se extendieron por toda la región andina y amazónica del país, el transporte público volvió a fluir después de varios días suspendido y las zonas en las que se concentraron los manifestantes vieron reabrir negocios, aún con las huellas de los enfrentamientos entre manifestantes y policías.
En torno al parque de El Arbolito, que volvió a ser el escenario los choques más duros, los operarios del Municipio de Quito se esforzaban por recoger los adoquines arrancados del pavimento para ser usados como barricadas por los manifestantes.
Mientras, otros retiraban vidrios rotos del edificio de la Contraloría, apedreado por la multitud después de apreciarse que desde su interior la Policía lanzaba gases lacrimógenos.
A unos metros, otro grupo reponía los semáforos que durante los días de mayor tensión fueron arrancados de cuajo de sus postes, y al mismo tiempo más gente pintaba la parada de la red metropolitana de autobuses.
En esa estación frente a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que un fue un lugar de disputa entre las fuerzas de seguridad y el movimiento indígena que lideraba la protesta, todavía podían leerse algunos grafitis que expresaban el descontento de un sector de la sociedad ecuatoriana hacia el presidente Guillermo Lasso. A los vecinos de El Arbolito, los momentos vividos en estas manifestaciones les resultan muy similares a la ola de protestas que paralizó Ecuador en octubre de 2019. “Fueron 18 días de bastante tensión, principalmente esta última semana, donde se agudizó más la protesta y se hizo más violenta”, afirma Leonardo Lima, cuya tienda tiene vidrios rotos y un portón forzado. EFE