“Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano”. La comunión con los demás se fortalece con pequeños gestos de reconciliación, de perdón, de misericordia.
Jesucristo no ha venido a abolir la ley, sino a darle plenitud. Con Él y en Él, la vida de un cristiano deja de ser una vida llena de obligaciones, deberes y prácticas, y se convierte en una vida llena de entrega y felicidad colmada.
Y así, el precepto de “no matar” se enriquece. Es interesante notar cómo cuanto más pequeña es la ofensa, mayor es el tribunal al que uno se enfrenta y el castigo que se impone. Llenarse de ira conlleva ser reo de juicio, que era el tribunal previsto para quien asesinaba; el que insulta es reo del Sanedrín, un juicio más severo que el anterior; maldecir trae consigo el fuego del infierno; y, finalmente, tener algo contra un hermano supone estar fuera de la comunión con Dios.
Jesucristo causaría estupor al hablar de este modo. Pero lo hace para señalar la raíz del problema, lo que está verdaderamente en juego: la comunión con Dios pasa por la comunión con los hombres.
No matar no es no hacer mal al otro, sino no buscar la comunión con el otro, entrar verdaderamente en su vida, llevar la vida del otro sobre los propios hombros.
No hay una vía intermedia. O la vida del otro es amada radicalmente o es aniquilada. O gozo de la presencia y de la vida del otro, o la rechazo, la elimino, la quito de en medio.
Esa es la vida que nos ofrece Jesucristo, esa es la plenitud: estar en la vida de los demás. Gozar de sus éxitos, de sus talentos y capacidades, de sus alegrías, de sus proyectos; caminar con ellos en sus fracasos, en sus penas, en sus dolores. Abrazándoles por completo; perdonándoles y aceptando su perdón.
Un nuevo vivir. Más allá de nosotros mismos.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-03-03/).
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