Por Guido Rodríguez Alcalá
Una tarde, doña Ligia Mora de Stroessner apareció en el colegio San José con un ramo de flores. Las flores para el altar de la Virgen, en realidad, eran para rescatar a Tesorín. Tesorín (o sea Gustavo, el hijo mayor) estaba castigado. Su mamá quería que lo dejasen salir, pero el prefecto de disciplina le dijo: “Señora, guárdese esas flores”. A Gustavo, como a su hermano Fredi, y a los hijos de ministros, se los trataba como a alumnos comunes.
Es cierto que algunas instituciones o profesores regalaron notas y títulos a hijos de capos, pero esa era una decisión personal. El que quería adular, adulaba; el que no, conservaba su independencia. Y eso a pesar de que muchos estudiantes fueron apresados, torturados e incluso murieron en Investigaciones. Pero, para las cuestiones internas de una escuela o colegio (disciplina, notas, etc.), no había orden superior.
Agregaré que el reglamento del San José decía: “Los alumnos deben guardar buena conducta dentro y fuera de la institución”. Una vez me hicieron copiar mil veces: “Grité como un salvaje” por un griterío en la calle José Berges. Un escándalo mayor podía llevar a la expulsión. Sin embargo, hace algunos años, un grupo de estudiantes del San José trató de violar a dos chicas y no se les sancionó porque aquello “sucedió fuera del colegio”.
Pero olvidemos el triste episodio, porque mi intención era señalar lo siguiente: hoy día, en plena democracia (real o supuesta), los educadores tienen menos libertad para hacer su trabajo que en tiempos de Stroessner. Antes de tomar una decisión, un profesor, una maestra o un administrador debe pensar diez veces lo que va a hacer. Es difícil o imposible expulsar a un alumno, aunque se tengan hartos motivos. ¡Ay che jára anga! No se le puede hacer perder el año; que termine nomás el año y en todo caso que no se lo inscriba de nuevo. Esta era la jurisprudencia aceptada para los casos de indisciplina; por desgracia, se la ha cambiado.
Un juez obligó al colegio San José a inscribir a varios estudiantes que la dirección se negaba a recibir. Con esto se declara so’o la disciplina en ese y en los demás colegios del Paraguay. Uno hace lo que quiere y después se consigue un magistrado formidable. Todo se judicializa, hasta lo que no le concierne al Poder Judicial. El PJ, destacado por su incapacidad para hacer su propio trabajo, les dice a los demás cómo hacer la de ellos.
El presente de la educación paraguaya es alarmante y el futuro lo es aún más. Tirar por la borda la autonomía y la disciplina educativas es la mejor manera de apoyar el bullying. La palabra inglesa viene de bully, matón, y se la podría traducir como matonería, el problema del momento.
Desde los Estados Unidos hasta la Argentina, las barras bravas son el dolor de cabeza de escuelas y colegios. En ellas, hay alumnos de ambos sexos; algunos de sus miembros comienzan a los nueve años, de manera aparentemente inofensiva. Si no se identifica el problema desde el principio, y no se toman medidas disciplinarias, después se ven casos como el que casi mató al joven Mauricio García. Si los jueces no lo saben, debieran informarse.