Según cálculos del Mades, tan solo en agosto de este año, en las regiones Occidental y Oriental de nuestro país, hubo 35.300 focos de calor, algunos de grandes proporciones y otros de menor escala.
En el Chaco, la propagación de fuego más relevante –por el área que devastó y los perjuicios ocasionados al ecosistema, que incluye bosques, animales silvestres, agua e inclusive a silvícolas de la etnia de los ayoreos que viven aún aislados en la zona– fue la del entorno del Cerro Chovoreca, en la frontera noroeste con Bolivia.
En la Región Oriental, los incendios no fueron menos graves. La población asuncena y su entorno tuvieron una experiencia de fuego cercana con el incendio del Parque Guasu, que alteró dramáticamente el 80 por ciento de su superficie de árboles implantados, agua y animales de diversa índole.
El enrarecimiento del aire y las pavesas diseminadas en sitios alejados del foco de fuego fueron algunas de las consecuencias que afectaron a los que no estaban en el entorno inmediato del foco ígneo.
Todo esto habla de la cultura del fuego que mueve la mano criminal de irresponsables que, conscientemente, inician quemas. Muchos, al quemar sus campos para renovar el pasto o sus basuras domiciliarias, lo hacen supuestamente sin intenciones de dañar a nadie.
Esos irresponsables olvidan o fingen desconocer que ello, de entrada, supone exponer a otros seres humanos y ni qué decir a la naturaleza a un potencial peligro, porque el fuego, una vez iniciado, con el viento y las características de la superficie que se va quemando, puede ser incontenible. Los recientes hechos lo ratifican. Para que el incendio devore kilómetros y kilómetros –incluso casas, cultivos, retiros, alambradas y todo cuanto encuentra a su paso–, solo necesita del ambiente propicio para que se propague.
Esta vez el fuego fue dominado por bomberos, ayuda exterior, la contratación de aviones hidrantes, la instalación de cortafuegos y otros medios propios de estos casos. Las lluvias, aunque escasas aún para esta temporada del año en la que suelen ser abundantes y generalizadas, han contribuido a apagar lo que los recursos humanos desplegados no pudieron.
El peligro, sin embargo, sigue latente. Es de esperar que lo sucedido haya servido a los incendiarios de lección para que no vuelvan a repetir sus actos criminales, aunque ello habrá que verse aún en el transcurso de los calurosos meses que se avecinan.
Mientras tanto, con urgencia, se impone que el Mades inicie una masiva campaña de concienciación ciudadana en los medios masivos de comunicación así como también en las redes sociales, para persuadir a los que generan el fuego de no hacerlo y a la ciudadanía, para que actúe de contralor.
A ello hay que agregar que, mientras se sedimente la educación, tienen que establecerse más controles personales y tecnológicos sancionando severamente a los que con su conducta temeraria destruyen la naturaleza y exponen al peligro a las personas. Los terribles daños los sufriremos todos.