Por Enrique V. Cáceres Rojas
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La universidad debe estar comprometida con el contexto social en el que está inserta. La reforma de Córdoba de 1918 marcó un hito relevante pues a partir de ella comenzó a hablarse de este compromiso, pero en Paraguay aún la universidad está lejos de aquel objetivo. No obstante, pueden citarse algunas excepciones como el rol protagónico asumido por la Universidad Católica en los peores años de la dictadura, principalmente a finales de la década del 60 y principios del 70. Y es que esta institución se convirtió en una “isla de libertad”, a decir de Adriano Irala Burgos, refiriéndose así –este notable intelectual– al único refugio que cobijó a académicos, pensadores, estudiantes y ciudadanos sin distinción que no comulgaban con el régimen, donde podían expresar y debatir críticamente acerca de la dura realidad de la época. Pero ahora hay que vivir y asumir el presente, sin guerra fría, sin dictaduras militares ni conflictos bélicos en la región. Y es así que el escenario se presenta diferente para la universidad que se precie ser del siglo XXI, donde los postulados de la reforma de 1918 son importantes y tienen que ser releídos y repensados desde el punto de vista de un Paraguay distinto, actual, muy diferente, sacudido por una serie sucesiva de crisis que nos llevaron en los últimos años a situaciones dramáticas donde la universidad ha tenido un rol más de tipo discursivo y de expresiones orales que de trabajo concreto en conexión con y para la sociedad. En general, la universidad no ha trabajado ni está preparada para constituir las bases de políticas de Estado distintas para un país diferente, con mayor justicia social y equidad. El recientemente constituido Centro de Políticas Públicas entre la Universidad Católica de Asunción y la Georgetown University de los EEUU, puede ser el primer paso para superar este déficit. Pero una golondrina no hace primavera. Y en el orden académico y formativo, la universidad no asume su rol como tercer nivel del sistema educativo porque vive acusando de las causas de sus problemas al resto del sistema, lo cual es correcto, pero sin embargo no propone soluciones para superar estos inconvenientes. Y es así que cuando las unidades pedagógicas o facultades registran una formación deficiente de los alumnos o de los aspirantes a serlo, atribuyen fallas en la formación del nivel anterior. Y la ineficiente formación de la juventud es grave porque repercute enormemente en el acceso y estudio en la universidad, pues se trata de futuras generaciones de paraguayos para las próximas dos, tres, cuatro y más décadas. En definitiva, hay un escaso compromiso de la universidad con el contexto social y es de esperar, por tanto, que el sistema universitario discuta, reflexione, piense, debata sobre el país, sobre nuestra sociedad y sobre la universidad y su rol social en esta etapa tan difícil pero, a su vez, tan desafiante para nuestro pueblo. Ojalá que estas expresiones puedan ayudar en ese sentido.
Acápite: La universidad no asume su rol como tercer nivel del sistema educativo porque vive acusando de las causas de sus problemas al resto del sistema sin proponer soluciones.