20 abr. 2024

Una patriada 2.0

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Cuando era ya un hecho que los bolivianos habían ocupado parte del Chaco y sus pretensiones de alcanzar el río Paraguay estaban en plena ejecución, el país estalló en una ola de indignación y una fiebre incontenible de patriotismo que llevó a cientos de miles de jóvenes a alistarse voluntariamente para ir a la guerra. La tierra es un valor tangible tan íntimamente relacionado con la gente que la habita —la nuestra— que no dudamos en arriesgar nuestra vida para defenderla. Hay en el mundo un puñado de pueblos que se han visto obligados a probar con sangre esa pasión colectiva. El nuestro es uno de ellos, y las muestras de heroísmo llevadas al extremo del martirio pueblan las páginas de la historia.

Podríamos pensar que esa honrosa actitud colectiva ante las terribles vicisitudes que nos tocó enfrentar es cosa del pasado. Que el fin de las hipótesis de guerra en esta parte del mundo terminaron por domesticar el alma del conquistador y el del guerrero selvático que dormitan en nuestra sangre. Y estaríamos terriblemente equivocados, porque hoy necesitamos más que nunca resucitarlos.

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Sobre el Paraguay se cierne un enemigo infinitamente más complejo y aterrador que cualquiera que hayamos combatido en nuestra historia, un agresor con el que estamos obligados a trabar una batalla ya no solo por un pedazo de tierra; es una guerra que definirá la suerte de todas las generaciones, presentes y por venir; un conflicto en el que se dirime la posibilidad de abandonar alguna vez el umbral de la mera supervivencia, de alcanzar finalmente una mejor calidad de vida para todos.

Voy a la descripción rápida del enemigo. Los datos corresponden a la última evaluación que hicieron con niños de 15 años en el año 2017. De acuerdo con ella, más del 90% de los evaluados fueron incapaces de comprender y resolver problemas básicos de Matemática, más del 70% no comprendía nociones elementales de la materia Ciencias Naturales y más del 60% no reunía las capacidades mínimas necesarias para leer y comprender un párrafo.

Esto fue antes de la pandemia. Según un informe del Banco Mundial y la Unicef, en toda América Latina los niños que padecieron las clases virtuales retrocedieron diez años en cuanto a los resultados académicos con respecto a la situación anterior a la pandemia, la que ya era mala en general y catastrófica con respecto al Paraguay en particular. El Banco Mundial estima que el daño provocado en la educación de estos estudiantes representará una caída en los ingresos potenciales en su vida laboral de más del 14%. Para un país como el Paraguay, donde dos tercios de sus trabajadores sobreviven con un salario mínimo o menos, esto significa una condena a la pobreza o a la pobreza extrema.

El futuro del país se ve hoy peor que lo que podría haber imaginado un sobreviviente de la hecatombe de 1870. Este no es el mundo del siglo XIX. La competencia es infinitamente más dura y la única herramienta de combate es la educación.

No importa quién gane las elecciones próximas, Paraguay necesita desesperadamente de una nueva patriada. La nación necesita armar un ejercito con sus mejores hombres y mujeres, las mentes más brillantes que tenga el país para hacer frente al monstruo colosal de la ignorancia, a los ejércitos infinitos de la mediocridad.

Esta clase política (no tenemos otra), con su legión de impresentables y sus honrosas excepciones debe ser obligada a firmar un pacto por la educación, un plan que nos permita, primero que nada, devolver al rol del educador una dignidad que nunca debió perderse. Ser maestro tiene que ser la profesión más respetable y honrosa de la República. Y solo los mejor dotados deben quedar habilitados para ejercerla.

Estamos ante la madre de todas las batallas. Una guerra en la que definiremos nuestro papel en el mundo y en la historia. Y no podemos librarla si no tenemos el mejor ejercito posible. Nos apremia reclutar un escuadrón de élite, un batallón de mentes lúcidas y talentosas. Necesitamos una patriada 2.0.

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